miércoles, 25 de marzo de 2015

Solaria











   El Conjunto Solaria desarrollado en el Polígono Macondo de Cáceres ha sido un escaso paradigma de esos proyectos ideales con los que un arquitecto se encuentra realmente cómodo haciendo su trabajo.
   El cliente me pidió, a secas, que hiciese un proyecto con las condiciones que establecía la normativa del polígono y que, como sabía de mí por las obras realizadas, no me imponía ninguna condición más que la que el producto resultante fuera vendible, pero que le habían indicado que era mejor que no me dijese nada más, que hiciera aquello que deseaba hacer para aquel lugar y en aquella parcela.
   Puedo asegurar que pocas veces tiene uno esta oportunidad de hacer su trabajo bajo estas premisas, por un lado el lugar, un polígono sobre el que un par de años antes habíamos hecho el Plan Parcial mi compañero Miguel Madera y yo con un máximo de grados de libertad para el diseñador. Pero también esas condiciones son exactamente aquellas en las que te enfrentas con un papel en blanco y sólo tienes tu cerebro para arrancar de él la primera línea.
   El grado de responsabilidad que uno encuentra en esos momentos al tiempo de dulce es mortalmente delicado. No tienes a nada ni a nadie en quien basarte, sólo te tienes a ti mismo. No es bueno ni sano adoptar ningún hallazgo de otro compañero, estás tú y el papel y sólo tienes los sueños, y tu imaginación para avanzar. Es como si de repente te soltaran en el espacio, aislado del mundo y no puedes asirte de nada, no tienes a nada más, tú y tu cerebro…es la esencia de la creación.
   Así es que me puse manos a la obra, al fin y al cabo, las directrices sujeridas por el Plan Parcial que habíamos hecho marcaban una especie de tendencia que yo quería desarrollar.
   Y asi lo hice.
   El resultado está en esas imágenes.

jueves, 19 de marzo de 2015

Un Plan en libertad



En realidad reconozco que me es muy dificil trabajar con otros arquitectos, porque la idea primigenia de cualquier desarrollo humano y la Arquitectura es uno de ellos, siempre parte de un único cerebro y es muy difícil encontrar otra persona con similares inquietudes o ideas. En general, cuando por circunstancias he tenido que hacerlo, unas veces acepto la idea primera de mi compañero y todo lo más intento ayudar reforzándola, entendiéndola y procurando desarrollarla y otras veces sólo pido a mi compañero que sobre mi idea haga lo mismo, en resumidas cuentas, entiendo que uno es el elemento motor y los demás pueden ser colaboradores en desarrollo de esa idea. Lo contrario siempre, bajo cualquier circunstancia deviene en desastre.
El Plan Parcial de Macondo en Cáceres puede ser un paradigma casi de lo contrario que acabo de exponer. El trabajo se nos encargó a mi buen amigo y extraordinario profesional Miguel Madera y a mi y desde el principio entendí que aquello podía suponer una enorme dificultad. Sin embargo, fuimos capaces de desarrollar a costa de tardes enteras de mera charla fundamentada en análisis filosóficos sobre el asunto que nos habían encargado, de llegar a acuerdos sobre los que ambos nos posicionamos poco a poco. Unas veces uno podía llegar a entender el punto de vista del otro y los aceptaba y otras se trataba de defender una línea roja infranqueable.
Comprendimos que el diseño urbano debería ser lo más libre posible, estableciendo las condiciones mínimas para hacer factible el desarrollo, las comunicaciones, el disfrute de las zonas libres, los paseos peatonales y con respecto a los futuribles edificios a desarrollar, establecer las mínimas condiciones como para hacer factible el conjunto urbano, bajo normas superiores infranqueables, pero buscando todos los grados de libertad posible que nos permitían esas brutales normas urbanísticas que había que cumplir.
El resultado es el Polígono de Macondo en Cáceres en el que en medio de grandes parcelas y con un par de condiciones apenas, alturas y edificabilidad, los futuros compañeros que proyectasen los edificios podían desarrollar la arquitectura que quisieran, pudieran o su cerebro fuera capaz de generar.
Tiempo después, y a modo de anécdotas sobre el desarrollo del polígono hube de diseñar uno de los primeros bloques, presentamos en el Ayuntamiento el Proyecto y tras tres meses sin comunicación alguna por parte de los técnicos municipales, me puse en contacto con ellos. Me indicaba el técnico que como no encontraba en el Plan parámetros habituales en otros planes, como el fondo edificable máximo, las alineaciones obligatorias y demás estupideces habituales, que no sabía qué contestar. Mi respuesta fue: “- a lo mejor es que si no están esas definiciones en el Plan es que no existen en este ámbito”, o de otra forma, que lo que la norma no impone es que no existe como mandato, es decir que es libre totalmente uno de disponer la edificación desntro de aquellas parcelas. Con un corto escrito por mi parte se obtuvo licencia de obras, si no es por esta charla, aún el técnico andaría perdido entre sus neuronas colectivizadoras y reguladoras de lo no regulado.
El nombre del polígono es idea de Miguel y está basado en el de la mítica ciudad de la novela Cien años de soledad de García Marquez. También a modo de anécdota, un buen día se me presenta en mi despacho un agente de la propiedad inmobiliaria para indicarme que la propiedad la había encargado la venta de uno de los bloques que diseñé allí y me dijo:

-          Cuando ví el nombre del polígono, pensé que tenía que hacer lo indecible para vender yo este edificio, mi agencia se llama Inmobiliaria García Márquez…

miércoles, 18 de marzo de 2015

De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades




Una máxima colectivista habitual, que enunciada tal cual atrae a muchos en una primera lectura, salvo que sean conscientes de la verdadera dureza y fondo exacto de la proposición. Ayn Rand en la novela “La Rebelión de Atlas” pone a jugar a los personajes considerando esa máxima : “De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades”…nada es más duro nada más antihumano, he aquí un extracto del texto de la novela en donde se explicitan sólo algunas consecuencias.

Extracto de la Rebelión de Atlas ( Ayn Rand):

-En la fábrica donde trabajé veinte años ocurrió algo extraño. Fue cuando el viejo murió y se hicieron cargo sus herederos. Eran tres: dos hijos y una hija que pusieron en práctica un nuevo plan para dirigir la empresa. Nos dejaron votar y todo el mundo, o casi todo el mundo, lo hizo favorablemente, porque no sabíamos en realidad de qué se trataba. Creíamos que ese plan era bueno, o mejor dicho, pensamos que se esperaba de nosotros que lo creyésemos bueno. Consistía en que cada empleado en esa fábrica trabajaría según su habilidad o destreza, y sería recompensado de acuerdo a sus necesidades. Nosotros... pero ¿qué le ocurre, señora? ¿Por qué me mira de ese modo?
-¿Cómo se llamaba esa fábrica? – preguntó Dagny con voz apenas perceptible.
-Twentieth Century Motor Company, señora. En Starnesville, Wisconsin.
-Continúe.
-Votamos por el plan en una gran reunión a la que asistimos unos seis mil, es decir, todos los que trabajábamos allí. Los herederos de Starnes pronunciaron largos discursos, no demasiado claros, pero nadie hizo preguntas. Ninguno estaba seguro de cómo funcionaría ese plan, pero todos pensábamos que nuestros compañeros lo habían comprendido. Si alguien tenía dudas al respecto, se sentía culpable y debía mantener la boca cerrada, porque todo aquel que se opusiera al plan hubiese parecido un desalmado, al que no era justo considerar humano. Nos dijeron que aquel plan significaba la concreción de un ideal muy noble. ¿Cómo íbamos a pensar lo contrario? ¿No habíamos oído decir durante toda nuestra vida, a nuestros padres y maestros, y a los pastores religiosos, leído en todos los periódicos y visto en todas las películas, y escuchado en todos los discursos públicos que aquello era recto y justo? Quizá nuestra conducta en la reunión podía ser comprensible hasta cierto punto. Votamos por el plan, y conseguimos lo previsto. Usted sabe, señora, que quienes trabajamos durante los cuatro años del plan en la fábrica Twentieth Century somos hombres marcados. ¿Qué se supone que es el infierno? Maldad, pura y simple, ¿verdad? Pues bien, eso es lo que vimos allí y lo que ayudamos a construir. Creo que estamos condenados por eso y quizá no se nos perdone nunca...
"¿Sabe cómo funcionó aquel plan y cuáles fueron sus efectos en nosotros? – continuó explicando el vagabundo –. Es como verter agua en un depósito en cuya parte inferior hay un caño por el que se vacía con más rapidez de la que usted lo llena y cada balde que echa dentro ensancha ese desagüe cada vez más, entonces cuanto más uno duramente trabaja, más se le exige; primero trabaja cuarenta horas semanales, luego cuarenta y ocho, y, más tarde, cincuenta y seis, para pagar la cena del vecino, la operación de su mujer, el sarampión del niño, la silla de ruedas de su madre, la camisa de su tío, la educación de su sobrino, o para el niño que ha nacido en la casa de al lado, o el que va a nacer; en fin para cuantos lo rodean, y que han de recibirlo todo, desde pañales a dentaduras postizas, mientras uno trabaja desde el amanecer hasta la noche, un mes tras otro y un año tras otro, sin tener más para mostrarles a esas personas que el propio sudor, sin otra expectativa que la complacencia de los demás para el resto de su vida, sin descanso, sin esperanza, sin fin... De cada uno según sus capacidades, para cada uno de acuerdo con sus necesidades...
"Nos dijeron que formábamos una gran familia, que todos participábamos en la empresa juntos, pero no todos trabajábamos ante la luz de acetileno diez horas diarias, ni padecíamos a la vez un dolor de vientre. ¿Cómo establecer, de un modo exacto, la capacidad de unos y las necesidades de otros? Cuando todo se hace en común, no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades, ¿verdad? Si lo hace, pronto acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es cierto. ¿Por qué no? Si no tengo derecho a tener un auto, hasta que caiga en una sala de hospital por haber trabajado para proporcionarle un coche a cada holgazán y a cada salvaje del mundo, ¿por qué no puede exigirme también un yate, si aún sigo de pie, si no he colapsado? ¿No? ¿Por qué no? Y entonces, ¿por qué no exigirme también que prescinda de la crema de mi café, hasta que él haya podido pintar su habitación...? ¡Oh, bien!... Acabamos decidiendo que nadie tenía derecho a juzgar sus propias necesidades o sus propias convicciones, y que era mejor votar sobre ello. Sí, señora, votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿De qué otro modo podíamos hacerlo? ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como una ganancia lícita, nadie tenía derechos ni sueldos, su trabajo no le pertenecía sino que pertenecía a ‘la familia’, mientras que ésta nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias ‘necesidades’, es decir, suplicar en público un alivio a las mismas, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que ‘la familia’ le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque eran las miserias y no el trabajo lo que se había convertido en la moneda de aquel reino, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno reclamaba que su necesidad eran peor que la de sus hermanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Quiere saber lo que ocurrió? ¿Quiere saber quiénes mantuvieron la calma, sintiendo vergüenza y quiénes se aprovecharon de la situación?
"Pero eso no fue todo. En la misma reunión se descubrió otra cosa. La producción de la fábrica había disminuido en 40 por ciento en el primer semestre, y se llegó a la conclusión que alguien no había trabajado ‘de acuerdo con su destreza o capacidad’. ¿Quién era? ¿Cómo averiguarlo? La ‘familia’ votó también sobre eso. Así se determinó quiénes eran los más capacitados, y a éstos se los sentenció a trabajar horas extra cada noche durante los siguientes seis meses. Horas extras sin paga, porque no se pagaba por el tiempo trabajado, ni por la tarea realizada, sino tan sólo según las necesidades.
"¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? ¿Y en qué clase de seres nos fuimos convirtiendo, los que alguna vez habíamos sido seres humanos? Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para ‘la familia’ no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos, sino que nos castigarían? Sabíamos que si un sinvergüenza arruinaba un grupo de motores, originando gastos a la compañía, ya fuese por descuido o por incompetencia, seríamos nosotros los que pagaríamos esos gastos con horas extra y trabajando hasta los domingos. Por eso, nos esforzamos en no sobresalir en ningún aspecto.
"Recuerdo a un joven que empezó lleno de entusiasmo por ese noble ideal, un muchacho brillante, sin estudios, pero con una inteligencia asombrosa. El primer año ideó un plan de trabajo que nos ahorró miles de horas-hombre y lo entregó a ‘la familia’, sin pedir nada a cambio, aunque tampoco hubiera podido hacerlo. Se portó como creía correcto, lo hacía por el ideal, según dijo. Pero cuando en una votación lo declararon el más inteligente de todos, y lo sentenciaron a trabajar de noche porque no habíamos conseguido extraerle aún lo suficiente, cerró la boca y el cerebro. Le aseguro que el segundo año no aportó ninguna idea nueva.

"¿Qué era eso que siempre nos habían dicho acerca de la competencia descarnada del sistema de ganancias, donde los hombres debían competir por ver quién realizaba mejor trabajo que sus colegas? ¿Cruel, no es así? Deberían haber visto lo que ocurría cuando todos competíamos por realizar el trabajo lo peor posible. No existe medio más seguro para destruir a un hombre, que ponerlo en una situación en la que no sólo desee no mejorar, sino que, además, día tras día se esfuerza en cumplir peor sus obligaciones. Dicho sistema acaba con él mucho antes que la bebida o el ocio, o el vivir haciendo malabares para tener una existencia digna. Pero no podíamos hacer otra cosa, estábamos condenados a la impotencia. La acusación que más temíamos era la de resultar sospechosos de capacidad o diligencia. La habilidad era como una hipoteca insalvable sobre uno mismo. ¿Para qué teníamos que trabajar? Sabíamos que el salario básico se nos entregaría del mismo modo, trabajáramos o no, recibiríamos la ‘asignación para casa y comida’, como se la llamaba, y más allá de eso no había chances de recibir nada, sin importar el esfuerzo. No podíamos planear la compra de un traje nuevo para el año siguiente porque quizá nos entregarían una ‘asignación para vestimenta’, o quizá no. Dependía de si alguien no se rompía una pierna, necesitaba una operación o traía al mundo más niños, y si no había dinero suficiente para adquirir ropas nuevas para todos, no lo habría para nadie.
"Recuerdo a cierto hombre que había trabajado duramente toda su vida porque siempre había querido que su hijo fuera a la universidad. Bueno, el muchacho terminó la secundaria durante el segundo año del plan, pero ‘la familia’ no quiso entregar al padre ninguna asignación para que siguiera sus estudios. Dijeron que su hijo no podía ir a la universidad hasta que hubiera suficiente dinero para que los hijos de todos pudieran hacerlo. El padre murió al año siguiente en una riña de bar. Una pelea sobre nada en particular, en la que salieron a relucir navajas. Ese tipo de altercados se estaban haciendo muy frecuentes entre nosotros.
"También, había un viejo viudo y sin familia que tenía una afición: los discos fonográficos. Creo que era todo cuanto pudo desear conseguir de la vida. En otros tiempos solía ahorrar en comida para poder comprar algún disco nuevo de música clásica. Pues bien: no le dieron "asignación" para discos por considerarlo ‘un lujo personal’ pero durante esa misma reunión, una niña fea y desagradable, de ocho años, llamada Millie Bush, que era la hija de alguno, consiguió que votaran para comprarle un par de aparatos de oro para sus dientes, porque se trataba de una ‘necesidad médica’ según el psicólogo que consideró que sino se enderezaban sus dientes, la niña tendría un complejo de inferioridad. El viejo amante de la música se dio a la bebida, hasta tal punto que rara vez lo veíamos sobrio. Pero había algo que no podía olvidar. Cierta noche, mientras se tambaleaba por una calle, vio a Millie Bush y empezó a darle puñetazos hasta dejarla sin un diente, ni uno solo.
"La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar. ¿Accesorios de pesca? ¿Escopetas de caza? ¿Cámaras fotográficas? No existían asignaciones para ese tipo de pasatiempos. La ‘diversión’ fue lo primero que quedó descartado.
"¿Es que acaso no se supone que uno debe avergonzarse por cuestionar cuando alguien nos pide que dejemos algo que nos da placer? Hasta nuestra ‘asignación para cigarrillos’ quedó reducida a dos paquetes mensuales, porque, según dijeron, el dinero debía usarse para comprar leche para los niños. La producción de niños fue la única que no disminuyó, sino que, por el contrario, se hizo cada vez mayor. La gente no tenía otra cosa que hacer y, por otra parte, no tenían por qué preocuparse, ya que los niños no eran una carga para ellos, sino para ‘la familia’. En realidad, la mejor posibilidad para obtener un respiro durante algún tiempo, era una ‘asignación infantil’, o una enfermedad grave.
"Pronto nos dimos cuenta de cómo funcionaba aquello. Quien quisiera jugar limpio, tenía que privarse de todo, perder el gusto por los placeres, aborrecer fumar o masticar chicle, preocupado de que hubiese alguien que necesitara más esas monedas. Sentía vergüenza de la comida que tragaba, preguntándose quién la habría pagado con sus horas extras, pues sabía que esa comida no era suya por derecho propio y prefería ser engañado antes que engañar. Podía aprovecharse, pero no hasta el punto de chupar la sangre de otro. No se casaba ni ayudaba en sus hogares para no ser una nueva carga para ‘la familia’. Además, si conservaba cierto sentido de la responsabilidad, no podía casarse y tener hijos, puesto que no le era posible planear, prometer, ni contar con nada. Pero los desorientados y los irresponsables se aprovecharon. Trajeron niños al mundo, se casaron, y trajeron consigo a todos los indignos parientes que tenían en todo el país, y a cada hermana soltera que quedaba embarazada y con el fin de obtener ‘asignaciones por incapacidad’, contrajeron más enfermedades de las que cualquier médico podía atender, arruinaron sus ropas, sus muebles y sus casas, pero ¡qué importaba!: ‘la familia’ pagaba todo. Así, encontraron más modos de tener ‘necesidades’ que los que nadie hubiera podido imaginar, desarrollaron una habilidad especial para eso, la única habilidad que mostraban.
"¡Por Dios, señora! ¿Se da cuenta de lo que sucedió? Se nos había dado una ley con la cual vivir y que llamaban ley moral, que castigaba a quienes la cumplían. Cuanto más tratábamos de vivir de acuerdo con esa ley, más sufríamos y cuando más la burlábamos, mayores recompensas obteníamos. La honestidad era una herramienta entregada a la deshonestidad ajena. Los honestos pagaban, mientras los deshonestos cobraban. El honesto perdía y el deshonesto ganaba. ¿Cuánto tiempo puede un ser humano permanecer bueno con semejante ley? Éramos un buen grupo de personas decentes al principio. No había demasiados oportunistas entre nosotros. Conocíamos bien nuestra tarea, nos sentíamos orgullosos de ella, y trabajábamos para la mejor fábrica del país, propiedad del viejo Starnes, que sólo admitía en su plantel a los más selectos obreros. Al cabo de un año del nuevo plan, no quedaba entre nosotros ni una sola persona decente. Aquello era maldad, la clase de maldad horrible e infernal con la que los predicadores solían asustarnos, pero que uno nunca imaginamos que existiera. No es que el plan haya incentivado a algunos cuantos bastardos, sino que transformó a la gente decente en cretinos, sin que se pudiera obrar de otra manera... ¡y a eso llamaban ideal moral!
"¿Para qué habríamos de desear trabajar? ¿Por amor a nuestros hermanos? ¿Qué hermanos? ¿Para los aprovechadores, los sinvergüenzas, los holgazanes que veíamos a nuestro alrededor? Si eran simuladores o incompetentes, si no querían trabajar o estaban incapacitados para hacerlo, ¿qué nos importaba a nosotros? Si quedábamos reducidos para toda la vida al nivel de su capacidad, fingida o real, ¿para qué preocuparnos? No teníamos manera de saber cuáles eran sus verdaderas condiciones, carecíamos de medios para controlar sus necesidades. Lo único que se sabía era que estábamos convertidos en bestias de carga, luchando ciegamente, en un lugar que era mitad hospital, mitad almacén, sin marchar hacia ningún objetivo, excepto la incompetencia, el desastre y las enfermedades. Éramos bestias colocadas allí como instrumentos de aquél que quisiera satisfacer las necesidades de otro.
"¿Amor fraternal? Fue allí cuando aprendimos a aborrecer a nuestros hermanos por primera vez en la vida. Los odiábamos por todas las comidas que ingerían, por los pequeños placeres que disfrutaban, por la nueva camisa de uno, el sombrero de la esposa de otro, una salida familiar, o la pintura de la casa, porque todo eso nos era quitado a nosotros, era pagado con nuestras privaciones, nuestras renuncias y nuestro hambre. Empezamos a espiarnos unos a otros, con la esperanza de sorprendernos en alguna mentira acerca de nuestras necesidades y disminuir las asignaciones en la próxima reunión. Y empezamos a servirnos de espías, que informaban acerca de los demás, revelando, por ejemplo, si alguien había comido pavo el domingo, posiblemente pagado con el producto de apuestas. Empezamos a meternos en las vidas ajenas, provocamos peleas familiares para lograr la expulsión de algún intruso. Cada vez que veíamos a alguno saliendo en serio con una chica, le hacíamos la vida imposible, y así arruinamos numerosos compromisos matrimoniales, porque no queríamos que nadie se casara, no queríamos más gente a la que alimentar.
"En los viejos tiempos, el nacimiento de un niño era celebrado con entusiasmo y generalmente ayudábamos a las familias a pagar sus facturas de la clínica si estaban apretadas. Pero luego, cuando nacía un niño, estábamos varias semanas sin dirigirle la palabra a sus padres. Para nosotros, los niños eran como las langostas para los agricultores. En otras épocas ayudábamos a quien tuviera enfermos en su casa, pero luego... Voy a contarle un solo caso. Se trataba de la madre de un hombre que llevaba con nosotros quince años. Era una anciana afable, alegre e inteligente, que nos llamaba por nuestros nombres de pila, y con la que todos solíamos simpatizar. Un día se cayó por la escalera del sótano, y se fracturó la cadera. Sabíamos lo que eso significaba, a su edad, y el médico dijo que tenía que ser internada en un hospital de la ciudad para someterla a un tratamiento costoso y prolongado. La anciana murió la noche antes de ser traslada a la ciudad para su internación. Nunca se pudo establecer la causa de su fallecimiento. No sé si fue asesinada, nadie lo dijo, nadie hablaba del tema. Todo cuanto sé es que... y esto es lo que no puedo olvidar... es que yo también deseé que muriera. ¡Que Dios nos perdone! Tal era la hermandad, la seguridad, la abundancia que se suponía que el famoso plan nos iba a brindar.
"¿Qué motivo había para que se predicara esta clase de horror? ¿Sacó alguien algún provecho de todo esto? Sí, los herederos de Starnes. No vaya usted a contestarme que sacrificaron una fortuna y que nos entregaron la fábrica como regalo, porque también en esto nos engañaron. Es verdad que entregaron la fábrica, pero los beneficios, señora, dependen de aquello que se quiere conseguir. Y no había dinero en el mundo que pudiese comprar lo que los herederos de Starnes buscaban porque el dinero es demasiado limpio e inocente para tal cosa.
"El más joven, Eric Starnes, era un sometido, sin valor ni energía para hacer nada en especial. Resultó electo director del departamento de Relaciones Públicas que no hacía nada y tenía a sus órdenes a un personal ocioso, por lo cual no tenía por qué quedarse en la oficina. Su paga, en realidad no debería llamarla así, porque no se ‘pagaba’ a nadie... la limosna que se votó para él, era muy modesta, algo así como diez veces mayor que la mía, pero a Eric no le importaba el dinero, porque no hubiera sabido qué hacer con él. Pasaba el tiempo entre nosotros, demostrándonos su compañerismo y su espíritu democrático. Le encantaba que la gente le demostrase afecto. Su mayor empeño consistía en recordarnos a cada instante que nos habían dado la fábrica. Ya no podíamos soportarlo.
"Gerald Starnes era nuestro director de producción. Nunca pudimos averiguar la medida de su rastrillaje de ganancias, pero hubiéramos necesitado todo un equipo de contadores y otro de ingenieros para saber de qué modo todo aquel dinero pasaba por una tubería directa o indirectamente a su despacho. Sin embargo, nada figuraba como beneficio particular, sino como medios con los que pagar los gastos de la compañía. Gerald tenía tres automóviles, cuatro secretarias y cinco teléfonos, y solía organizar fiestas con champán y caviar, que ningún gran magnate que pagara impuestos en el país podía permitirse. Gastó más dinero en un año que el que ganó su padre en los dos últimos de su vida. En su despacho encontramos unos cuarenta kilos de revistas, llenas de artículos sobre nuestra fábrica y nuestro noble plan, con grandes retratos de Gerald Starnes, en los que se lo mencionaba como un ‘gran paladín social’. Por la noche le gustaba entrar en las tiendas vestido de etiqueta, con gemelos de brillantes, del tamaño de monedas, desparramando la ceniza de su puro por doquier. Un bruto con plata que no tiene otra cosa que exhibir aparte de su dinero, ya es un tipo desagradable, pero al menos no necesita mostrar que el dinero es suyo y uno puede contemplarlo con la boca abierta si lo desea. Pero cuando un bastardo como Gerald Starnes se exhibe de ese modo y declara una y otra vez que no le preocupa la riqueza material y que sólo sirve a ‘la familia’, que todos aquellos lujos no son para él sino en beneficio del bien común porque es preciso mantener el prestigio de la firma y del noble plan de la misma... entonces es cuando uno aprende a aborrecer a esos seres como nunca se ha aborrecido a ningún ser humano.
"Pero su hermana Ivy era peor. A ella realmente no le importaba la riqueza material. La asignación que recibía no era mayor que la nuestra, y siempre iba con zapatos chatos y faldas simples y camisas, con el fin de demostrar su indiferencia. Era directora de Distribución, a cargo de nuestras necesidades, la que, en realidad, nos tenía agarrados del cuello. Se suponía que la distribución se realizaba por votación, por la voz de la gente, pero cuando la gente son seis mil voces roncas que tratan de decidir sin ningún criterio, medida o razón, cuando no existen reglas y cada uno puede pedir lo que quiera sin tener derecho a nada, cuando cada cual ejerce el derecho sobre la vida ajena pero no sobre la suya, todo acaba como efectivamente terminó: Ivy Starnes acabó siendo la voz del pueblo. Al finalizar el segundo año, abandonamos aquella farsa de las ‘reuniones de familia para proteger la eficacia productora y economizar tiempo’, que solían durar diez días, y todas las peticiones fueron enviadas directamente a la oficina de la señorita Starnes. No, no eran enviadas. Mejor dicho, cada peticionante en persona debía presentarse allí y ella elaboraba una lista de distribución que nos leía en una reunión que duraba tres cuartos de hora. Luego votábamos. Había diez minutos para la discusión y las objeciones, pero no formulábamos ninguna, para ese tiempo ya nos habíamos dado cuenta. Nadie puede dividir la renta de una fábrica entre miles de obreros, sin una norma con que medir el valor de la gente. La de la señorita Ivy era la adulación a su persona. ¿Desinteresada? En los tiempos de su padre todo su dinero no le hubiera permitido hablar al tipo más bajo de su empresa en el modo como ella solía hablarles a nuestros más hábiles obreros y a sus esposas. Tenía unos ojos pálidos, vidriosos, fríos y muertos. Si se quería conocer la maldad absoluta, bastaba con observar cómo resplandecían sus ojos cuando alguien le respondía a un cuestionamiento para entonces ya no recibir más que la "asignación básica". Al observar aquello, comprendíamos el motivo real de quienes fueran capaces de apreciar la consigna: ‘De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades’.
"Allí residía el secreto de todo. Al principio no dejaba de preguntarme cómo era posible que hombres educados, justos y famosos, pudieran cometer un error semejante y presentar como buena tal abominación, cuando cinco minutos de reflexión les hubieran indicado lo que sucedería en caso de que alguien pusiera en práctica semejante idea. Ahora comprendo que no obraron así por error, porque errores de este tamaño no se cometen nunca inocentemente. Cuando alguien se hunde en alguna forma de locura, imposible de llevar a la práctica con buenos resultados, sin que exista, además, razón que la explique, es porque tiene motivos que no quiere revelar. Y nosotros no éramos tampoco tan inocentes cuando votamos a favor del plan, en la primera reunión. No lo hicimos sólo porque creyéramos que la vieja y empalagosa farsa que nos presentaban fuera buena. Teníamos otro motivo, pero la farsa nos ayudó a ocultarlo de nuestros vecinos y de nosotros mismos. La farsa nos daba una posibilidad de hacer pasar como virtud algo de lo que nos hubiéramos avergonzado. Ninguno votó sin pensar que dentro de una organización de tal clase participaría en los beneficios de quienes eran más hábiles que él. Nadie se consideró lo bastante rico y listo para no creer que alguien lo sobrepasaría, y este plan lo participaría de la riqueza y la inteligencia ajenas. Pero pensando conseguir beneficios de quienes estaban por encima, olvidamos que había seres inferiores, que buscaban lo mismo de nosotros, olvidamos a los inferiores que tratarían de explotarnos del mismo modo que cada uno intentaría explotar a sus superiores. El obrero impulsado por la idea de que sus necesidades le daban derecho a un automóvil como el de su jefe, olvidó que todo pordiosero y vagabundo de la tierra empezaría a exigir un refrigerador como el del obrero. Ése fue nuestro motivo real cuando votamos. Tal es la verdad pero no nos gustaba reconocerlo y cuanto más lo lamentábamos, más alto gritábamos nuestro amor hacia el bien común.
"Conseguimos lo que nos habíamos propuesto, pero cuando nos dimos cuenta de lo que aquello representaba, ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados, sin lugar adónde huir. Los mejores de entre nosotros abandonaron la fábrica en la primera semana del plan. Así perdimos a los mejores ingenieros, supervisores, capataces y obreros especializados. Todo el que se respete no quiere verse convertido en vaca lechera de la comunidad. Algunos intentaron impedir el proyecto, pero no lo consiguieron. Los hombres huían de la fábrica como de una zona infectada, hasta que no quedaron más que los necesitados, sin habilidad ni condiciones.
"Si algunos de nosotros, dotados de ciertas cualidades, optamos por quedarnos, fue porque llevábamos allí muchos años. En los viejos tiempos, nadie renunciaba a Twentieth Century y no podíamos hacernos a la idea de que aquellas condiciones ya no existieran más. Transcurrido algún tiempo, nos fue imposible marcharnos, porque ningún otro empresario nos habría admitido, y no se los puede culpar. Nadie, ninguna persona respetable, quería tratar con nosotros. Los dueños de las tiendas donde comprábamos empezaron a abandonar Starnesville a toda prisa, hasta que no nos quedaron más que los bares, las salas de juego y algunos comerciantes estafadores y aprovechadores, que nos vendían bazofia a precios exorbitantes. Nuestras asignaciones fueron perdiendo valor a medida que aumentaba el costo de vida. En la empresa, la lista de los necesitados se fue estirando, al tiempo que la de sus clientes se acortaba. Cada vez era menor la riqueza a dividir entre más y más gente. En los viejos tiempos solía decirse que Twentieth Century Motors era una marca tan buena como el oro. No sé qué pensarían los herederos de Starnes si es que pensaban algo, pero tengo la impresión de que, igual que todos los planificadores sociales y los salvajes insensatos, estaban convencidos de que aquella marca era en sí misma una especie de emblema mágico dotado de un poder sobrenatural que los mantendría ricos, igual que a su padre. Pero cuando nuestros clientes empezaron a notar que nunca lográbamos entregar un pedido a tiempo, y que siempre había algún defecto en los que entregábamos, el mágico emblema empezó a operar en sentido inverso: la gente no aceptaba un motor marca Twentieth Century ni regalado. Llegó un momento en que nuestros únicos clientes fueron los que nunca pagaban ni pensaban hacerlo, pero Gerald Starnes, embrutecido y engreído por su propia publicidad, empezó a ir de un lado a otro con aire de superioridad moral, exigiendo que los empresarios nos pasaran pedidos, no porque nuestros motores fueran buenos, sino porque necesitábamos esos pedidos urgentemente.
"Por aquel entonces, una ciudad fue testigo de lo que generaciones de profesores pretendieron no observar. ¿Qué beneficios podría reportar nuestra necesidad a una central eléctrica, por ejemplo, si sus generadores se paraban a causa de un defecto en nuestros motores? ¿Qué beneficio reportaría a un hombre tendido en una camilla de operaciones, si, de pronto, se le cortara la luz? ¿Qué bien haría a los pasajeros de un avión si el motor fallaba en pleno vuelo? Y si adquirían nuestros productos no por su calidad sino por nuestra necesidad, ¿la acción moral del propietario de la central eléctrica, del cirujano y del fabricante del avión sería buena, justa y noble?
"Sin embargo, tal era la ley moral que profesores, directivos y pensadores habían querido establecer. Si esto fue lo que ocurrió en una pequeña ciudad donde todos nos conocíamos, ¿imagina lo que hubiera sido a escala mundial? ¿Imagina lo que hubiera ocurrido si hubiéramos tenido que vivir y trabajar, sujetos a todos los desastres y a todos los inconvenientes del planeta? Trabajar pensando en que si alguien fallaba en cualquier lugar, era uno quien debería pagarlo. Trabajar sin posibilidad alguna de progreso, con la comida, la ropa, el hogar y las distracciones pendientes de una estafa, una crisis de hambre o una peste en cualquier lugar del mundo. Trabajar sin posibilidades de una ración extra, hasta que los camboyanos tuvieran alimento suficiente o hasta que todos los patagónicos hubieran ido a la universidad. Trabajar con un cheque en blanco, en poder de cada criatura nacida, hombres a los que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya laboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a aprender o cuestionar. Tan sólo trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es ésta la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?

"Lo intentamos y aprendimos la lección. Nuestra agonía duró cuatro años, desde la primera reunión hasta la última, y todo terminó del único modo que podía terminar: en la quiebra. Durante la última reunión, Ivy Starnes fue la única que intentó forcejear un poco. Pronunció un corto, desagradable y agresivo discurso en el que dijo que el plan había fracasado porque el resto del país no lo había aceptado, que una sola comunidad no podía llevarlo a la práctica y triunfar en medio de un mundo egoísta y avaro; que el plan era un ideal noble, pero que la naturaleza humana no estaba a su altura. Un joven, el mismo que había sido castigado por habernos dado una idea útil durante el primer año, se puso de pie, mientras todos seguíamos sentados en silencio, y se dirigió a Ivy Starnes, que ocupaba el estrado. No dijo nada, sino que la escupió en la cara. Y ése fue el fin del noble plan de Twentieth Century.

De realidades



   La realidad es muy tozuda, se empeña en no dejarse amoldar a los deseos de la gente. Los hechos son los que son y no hay alternativa válida diferente. No existen situaciones intermedias entre lo que es y lo que desearíamos que fuera. No valen los términos grises intermedios entre el blanco y el negro si no hablamos de colores sino de realidades.
   Cuando uno analiza un asunto, sea el que sea y llega a la conclusión, realmente fundamentada en criterios objetivos de que algo ES de determinada manera no es racional en absoluto aceptar situaciones intermedias. Eso es lo que hoy día se adjetiva como “radical”, pues bien, es necesario ser radical en cuanto a la aplicación diaria del desarrollo racional de cada uno, una situación en la que no existan contradicciones entre lo que pensamos y lo que decimos o hacemos. Es la base de la felicidad.
   En la esencia de nuestros planteamientos está la disyuntiva entre el individualismo y el colectivismo, pero esto arranca de mas atrás…es la disyuntiva entre si queremos vivir utilizando el cerebro como única esencia del ser humano o no. Nuestro derecho mas esencial es el derecho a la vida y como herramienta tenemos el cerebro para determinar qué es lo que debemos hacer para nuestro propio mantenimiento personal, y es ahí en donde la única conclusión válida es que debemos actuar para nosotros mismos, no para los demás, como guía y fundamento de todo lo que somos y podemos ser.
   Es poniendo en marcha el cerebro lo que va a determinar todo lo demás. Y así no es de recibo, porque sencillamente es inmoral, olvidar todo o parte de lo que somos, pensamos, decimos y actuamos en aras de un presunto “bien común” que sólo existe como etérea imagen, como “deseo” sin sustancia real.
   Los arquitectos no estamos trabajando para ningún bien común por tanto, otra cosa diferente es que el resultado del trabajo revierta en un bien que los demás aprovechan y también considerando que el campo de experiencias se fundamenta en el ser humano, nuestro trabajo debe utilizar esos parámetros humanos como regla de medir los trabajos o diseños. Esta circunstancia lleva a muchos colegas a confundir los términos, veamos…
   No estamos trabajando para servir al cliente, no hacemos arquitectura para tener clientes, sino lo contrario, necesitamos clientes para hacer arquitectura…querido colega, si lo piensas sinceramente y sin engañarte, verás que es exactamente así.
   Por eso, no puedo estar de acuerdo con las opiniones de algunos “monstruos sagrados” de esta profesión, arquitectos que representaron y representan aún la salsa de la arquitectura “progre” de los 60 y 70”. Lo siento, no puedo aceptar que al ciudadano hay que imponerle la planificación propuesta por sus cerebros por muy creídos de sí mismos que sean, pues al fin y al cabo, piensan realmente que ellos son los poseedores del “conocimiento” , tampoco estoy de acuerdo con que el objetivo de nuestro trabajo es el bien social, y por tanto la vivienda social volcando entonces el trabajo de la gente en general hacia la consecución de bienes que una vez transformados en dinero sea esquilmado para unas presuntas necesidades de esos otros.

   Todo esto viene a cuento de una serie de entrevistas que he leído en un dominical…no recuerdo cual.

viernes, 13 de marzo de 2015

Etmennanki










“El zigurat era propiamente hablando una montaña cósmica, es decir, una imagen
simbólica del cosmos; los siete pisos representaban los siete cielos planetarios o los siete colores del mundo .” (Mircea Eliade)"

El edificio Zigurat es un edificio en sección. La esencia interna es la organización en tres niveles principales que desarrollan tres tipologías de vivienda en altura.
El profundo desnivel entre las calles opuestas, la necesidad de plantear una fachada “en corridor” en el nivel superior y una adaptación a la altura de la calle posterior sugiere desde el principio una idea de organización escalonada.
Cuando me plantearon la realización del proyecto del inmueble, la idea de un edificio escalonado flotaba en el aire; pero en ese momento comprendí la complejidad de la organización del edificio en ciernes.
Se trataba entonces de lograr un esquema muy simple que solucionara esa complejidad presunta. De ese modo adopté la idea de conseguir un mínimo de viviendas diferentes y la solución para este caso se concretó en la organización en tres niveles con los tres tipos de viviendas, mayores en el nivel inferior, intermedias en el mediano y duplex en el nivel superior. Esta simple idea determina una sección característica y ya todo se vuelca a la manifestación de la sencillez de la idea.
Al mismo tiempo, supongo que todos tenemos nuestras obsesiones, mi interés en esos momentos se centraba en la cuestión de la durabilidad en los edificios. No es tan solo ya un buen volumen, o una idea mas o menos brillante, lo que se trataba entonces era de que esa idea perdurara, que el edificio envejeciese con honestidad. De ahí el interés por la elección de materiales durables. La piedra que la naturaleza ponía a nuestra disposición, moldeada por un cerebro en creación, materiales moldeables gracias a la aplicación de la inteligencia….esta imagen , esta realidad evidente y esencial me entregó a la idea de un aplacado en piedra natural casi en la totalidad del edificio. Me reservé pequeños motivos para insinuar cambios en la ordenación o elementos fuera de la trama organizativa.
Intenté buscar la sencillez en cada elemento, pero sencillez no es simplicidad, sino una complejísima trama que aglutinase esa complejidad en una expresión final de pulida limpieza de líneas y volúmenes. De ese modo, puede uno pasar por delante del edificio y sus líneas llaman al sosiego, a la paz, pero si uno empieza a considerar el tramado de los elementos entre sí, la mente se activa…empiezas a analizar las referencias mutuas…la complejidad del diseño…el segundo nivel de transmisión, la verdadera transmisión de la información…de arte entendido como expresión personalísima del autor. Yo entiendo la Estética (expresión denostada en nuestra educación en la Escuela en una época de brutal desmitificación en aras del colectivismo) como una resonancia de mentes entre el creador y el observador….claramente, entre cerebros individuales ya que no existe nada parecido a un cerebro colectivo.
Nunca me ha importado para nada la fama, ser famoso hoy día es en cierto sentido estar devaluado como persona. Yo no pienso en los demás cuando hago mi trabajo y sólo intento que el objeto arquitectónico sea el mejor que mi mente pueda realizar por la Arquitectura en sí misma. Y por eso afirmo que ni todos los músculos del mundo unidos (sin una mente detrás) serían capaces de darle forma a una piedra para ser utilizada en construcción. Sin embargo, es común la idea de que los edificios surgen solos, que están ahí como resultado de las necesidades colectivas transformadas, no se sabe muy bien por qué, en fuente de derechos. Pues bien, aunque prefiero pasar desapercibido para trabajar mejor, dejando impoluta mi propia libertad, quiero dejar claro que cada piedra, cada esquina y cada elemento de ese edificio está ahí porque yo quise que lo estuviera….es apenas esto lo que me importa…por lo demás…déjenme seguir siendo libre…desapercibido.


lunes, 9 de marzo de 2015

Una rehabilitación: Palacio de Arenales











  A la hora de proceder a la restauración de un edificio histórico y desde mi punto de vista hay que indicar una serie de bases de partida, que a modo de principios generales dominen sobre toda la actuación.
  Intervenir en un edificio histórico puede hacerse de muchos modos, puede uno entrar en él y utilizarlo como mera excusa para plantear otra Arquitectura o puede uno intentar dos vias de actuación: una de ellas es la de analizar el desarrollo del edificio, cortar lo insano o mal ejecutado y reforzar lo realmente importante con un sentido de mejorar lo existente sin perder su primordial importancia sobre lo que se realice de nuevo; o bien, puede uno intervenir como un médico de cabecera y reponer sencillamente lo existente . En definitiva, se trata de intervenir en un edificio o como arquitecto o como médico.
  Sin lugar a dudas, lo que anima la intención o emoción estética de quienes ni siquiera se plantean estas cuestiones, es la de mantener a ultranza lo existente. Reparar a secas, y si es necesario reponer como uno presume que fue, por anastilosis, se transforma en el método preferido de quienes ni siquiera se plantean la existencia de una Arquitectura con mayúsculas, son personas para las que la Arquitectura es algo del pasado y lo que hoy se hace, es… no sabemos qué. Personalmente eso es algo que me repugna. Hoy día un objeto no tiene valor en sí sino en función de su mayor o menor antigüedad, aunque sea mortalmente horrible.
  Sin embargo, es posible intervenir en un edificio, estudiar su configuración a lo largo del tiempo, ver dónde y en que momento se cometieron errores y aprovechar nuestra formación arquitectónica para darle una salida razonada y estética que produzca un arte-facto que como mínimo no esté devaluado frente a lo existente en un principio, sino mas bien, al contrario, marque un hito histórico en el desarrollo del edificio, como un punto de inflexión a partir del cual la edificación recupera su dignidad e incluso mejora su interés desde un punto de vista Arquitectónico. Soy ferviente seguidor de esta segunda alternativa.
  Por todo ello, el método o principio generador de la intervención en un edificio histórico es la de utilizar el análisis del edificio y su estudio para comprender los errores cometidos en el pasado, para subsanarlos, para preguntarle al edificio lo que él quiere ser, escucharle y responderle con dignidad y honestamente. Como principio de intervención es éste el utilizado en el Hotel de 5 estrellas Palacio de Arenales de Cáceres.


viernes, 6 de marzo de 2015

Casa Helena





  Casa Helena es una escultura, un bloque, un paralelepípedo moldeado.
  Algunas ordenanzas de planeamiento urbanístico suelen ser bastante deterministas y en este caso, la cuestión era una más, un ejemplo más.
  Cuando se hace planeamiento, un Plan Parcial, por ejemplo, hay la tendencia a querer diseñar también todos y cada uno de los edificios, es curioso, pero en vez de ordenar los espacios públicos como sería su estricta obligación, se tiene por parte de los redactores a imaginar ya el núcleo urbano construido y a imponer condiciones de volumen que deja pocas alternativas a la libertad del diseñador para, verdaderamente, hacer Arquitectura.
  Y la consecuencia más directa es que, dado que se trabaja en planta, sin muchas alusiones a las verdaderas características de los desniveles (por ejemplo), se obvian muchos problemas, o a veces muchas posibilidades alternativas en la realización de buenos proyectos.
  Y así llegamos a la generación casi habitual de paralelepípedos normativos en donde el diseñador posterior debe encajar el volumen permitido. Bueno, eso no estaría del todo mal si no fuera porque el volumen capaz es casi siempre el volumen permitido, o sea, posibilidades casi nulas de expresión arquitectónica. Este era prácticamente el caso del solar en donde se implanta Casa Helena.
  La resolución de la organización en planta es bastante simple, basta un sencillo “savoir faire” para solucionar la distribución sin muchos problemas, aquí sin embargo el reto estaba en el volumen en su conjunto, el paralelepípedo acabado.
  Lo planteé como un bloque de piedra que se moldea exteriormente, permitiendo sutiles juegos de movimientos de la piel de fachada. Ese era el resultado apreciable en las fotografías.
  El encargo, se realizó en una época en la que los honorarios colegiales estaban tasados, era una obligación cobrar como mínimo al cliente lo que el Colegio tenía establecido.
  Aquí hay que hablar del dinero y su valor.
  Como diría mi heroína personal Ayn Rand, el dinero es un instrumento de intercambio que no puede existir sin los bienes producidos ni sin las personas que los producen, es la forma material del principio en virtud del cual, la única forma de tratar entre personas es dar valor por valor…esta es la clave del asunto.
  El acuerdo al que llegué con la cliente es que yo le haría el proyecto, lo discutiríamos y cuando los dos estuviéramos satisfechos con la solución, mi valor, lo que yo le iba a exigir como resultado de mi trabajo era sencillamente, que la obra se realizase exactamente como la había proyectado, (entre nosotros, el valor conseguido desde mi punto de vista era enorme en aquellos días). Evidentemente, se instrumentó lo necesario para que el Colegio de Arquitectos no interfiriese en nuestro acuerdo. El resultado: la primera obra en mi vida que se ejecutó exactamente como yo quería…mi premio.
  Es en cierto sentido, un sentido divertido por cierto, una forma de lograr el valor por nuestro trabajo sin que sea posible que el Estado nos extraiga parte del resultado de ese valor logrado con nuestro único esfuerzo. Así no hay posibilidad de saqueo. No hay posibilidad de que unos (los que generamos bienes y recursos) nos transformemos en esclavos de los más incompetentes, los que no son capaces de utilizar el cerebro por sí mismos y nos exigen que los mantengamos con vida.
  Hoy día sería imposible poder aplicar algunos resultados del diseño del edificio, las insoslayables y crecientes normas de obligado cumplimiento, muchas veces pensadas para suplir el cerebro del inquilino real, del que auténticamente va a usar el inmueble, como si éste no supiera lo que le conviene, hoy día no permiten, por poner un ejemplo, esas barandillas, porque algún niño las puede escalar…dicen…en lugar de permitir que sencillamente sean los padres quienes eduquen a sus hijos en lo que se puede o no hacer….el Gran Hermano, el auténtico, piensa por ti hoy día.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Lo individual y la voluntad





  Pienso que lo colectivo podría hasta estar más o menos legitimado si es capaz de asumir lo individual como su principal esencia, lo colectivo como suma de individuos, no la anulación de éstos en aras de un imposible cerebro comunal.

  Hoy voy a recordar unos días del pasado cuando era estudiante en la Escuela de Arquitectura de Sevilla. Aquel final de curso del 74 ya sólo me quedaban dos asignaturas para acabar el año que me había programado y me dediqué a fondo a ellas en la segunda mitad del curso académico. Horas y horas de estudiar materiales de construcción, el libro, las normas, las prácticas. Cada día me sentía más encantado, y en cierto sentido divertido,  con el trabajo que estaba haciendo y deseaba examinarme para manifestar que dominaba aquella asignatura. Hacía mucho tiempo que entendí que en aquellos años en la Escuela, uno sólo iba a aprobar si era consciente de que sabía tanto o más que el profesor de cada asignatura. Eso hoy ya no es tan así.

  En aquella clase éramos unos 60 y la inmensa mayoría eran alumnos muy “comprometidos” con la izquierda radical, era lo propio de unos años del final del franquismo y en cierto sentido hasta lógico. Bien, el caso es que el profesor de Materiales de construcción era una persona un poco chapada a la antigua, presumiblemente muy malo para el alumno medio ya que no explicaba exactamente aquello que después iba a preguntar, pero, no obstante aquellas anécdotas que cada día contaba en clase es lo que, con los años, ha quedado para siempre en el poso de mis recuerdos de aquella asignatura y en esencia, de todo aquello que en realidad realmente vale la pena no olvidar relacionado con la asignatura. Además…su apariencia era “despreciable” para unos alumnos “progres”…tenía bigote y vestía siempre con chaqueta y corbata.

  En un momento determinado, nos encontramos con una gran asamblea en la clase, a pocos días del fin de curso. Aquellos alumnos radicales que sabíamos que se pagaban la carrera con su activismo político plantearon que era imprescindible para “mejorar la calidad de la asignatura” no presentarnos todos al examen final como protesta para lograr que la Escuela expulsase al citado profesor y su sustitución por otro “mejor”, otro que era afín a esos movimientos radicales colectivistas.

  Ante aquella tesitura, me levanté de mi asiento y les indiqué que, entendía que aquél no era el mejor profesor del mundo, pero que había que tomar en todo caso otras actitudes para no perjudicar al individuo, a las minorías, como yo, que si no me presentaba perdía el curso al que había dedicado tantas horas. Ellos son expertos en mover a las masas y rápidamente intentaron pasar de mí, así es que volví a levantarme y les dije que daba igual lo que decidieran, pero que yo me presentaba al examen, había pagado para ello y tenía derecho a presentarme, que ellos verían la decisión que colectivamente tomaban pero que a mi no me importaba nada, y me fui de la asamblea. Dos chicos más se levantaron y se fueron conmigo.

  Días después escuché como el profesor estaba considerando no plantear el examen para no dar lugar a males mayores, así es que le llamé por teléfono y quedamos con él en su casa otro chico y yo. Le dije que por favor, que no anulase el examen, que queríamos presentarnos un pequeño grupo. Entre lágrimas escondidas e incipientes, el hombre nos agradeció el gesto y nos dio las gracias al mismo tiempo que nos quiso indicar qué temas nos iba a poner en el examen. Aquello me dolió mucho. No, no quería que me dijera qué iba a preguntar, sino que, le dije, que yo quería exponer que de cualquier aspecto de la asignatura era capaz de poder desarrollarlo adecuadamente, que queria dar a conocer mis conocimientos de la asignatura, aquello, creo que le animó mucho más y quizá fue el instante en el que decidió que no iba a tirar la toalla.

  Dias antes del examen, a mi casa fue una cantidad de gente, de alumnos que iban a preguntarme que se habían enterado de que había hablado con el profesor y que les dijera que qué era lo que iba a poner en el examen. Mi respuesta siempre fue la misma…no lo sé, supongo que algo del libro y de los apuntes de la asignatura.

  El día del examen nos presentamos unos veinticinco, e hicimos el examen abstrayéndonos del vocerío inmisericorde del resto de los “concienciados”. A cada voz de aquella muchedumbre, mis neuronas me insistían….¡bien!, muy bien, es lo más moral que estás haciendo y esa chusma de ahí de por fuera de la puerta son mera y absoluta masa informe y moldeable, despreciable hasta el fondo del alma.

  Aprobamos todos lo que nos presentamos y el profesor siguió en su cátedra muchos años después.   Nunca en los años siguientes, ninguno de mis compañeros me recordó aquellos días ni por un momento, más bien al contrario, habitualmente solicitaban mis notas de clase para contrastar las suyas. Acabé la carrera y muchos años después comprobé in situ que mis apuntes a mano de muchas asignaturas se fotocopiaban y fotocopiaban e incluso se vendían en el departamento de reprografía de la Escuela.

  La conclusión que puedo decir que saqué de aquello es que la voluntad es infinitamente superior a cualquier contrariedad, que el individuo está muy por encima de lo colectivo, que lo que mueve el mundo es el acto, el trabajo y que, si uno pone su vida en manos de lo colectivo, ya está muerto.

domingo, 1 de marzo de 2015

¿Qué es el dinero?.




Muchas veces, en las más o menos airadas discusiones que surgen sobre el dinero, me gusta hacer referencia a lo que, entiendo, que es la mejor definición de dinero que alguien haya pronunciado nunca, más que nada porque es exacta y se resume en este texto que sigue a continuación extraído de la novela La Rebelión de Atlas de Ayn Rand. Si después de su lectura sigues insinuando que el dinero es malo, no has entendido nada:

-¿Así que creéis que el dinero es el origen de toda maldad? -dijo Francisco d’Anconia.

¿Alguna vez os habéis preguntado cuál es el origen del dinero? El dinero es un instrumento de cambio que no puede existir a menos que existan bienes producidos y hombres capaces de producirlos. El dinero es la forma material del principio que dicta que los hombres que desean tratar entre sí deben hacerlo por intercambio y dando valor por valor. El dinero no es el instrumento de mendigos que claman tu producto con lágrimas, ni el de saqueadores que te lo quitan por la fuerza. El dinero lo hacen posible sólo los hombres que producen. ¿Es eso lo que consideráis malvado?
Cuando aceptas dinero en pago por tu esfuerzo, lo haces sólo con el convencimiento de que lo cambiarás por el producto del esfuerzo de otros. No son los mendigos ni los saqueadores los que dan su valor al dinero. Ni un océano de lágrimas ni todas las armas del mundo pueden transformar esos papeles de tu cartera en el pan que necesitarás para sobrevivir mañana. Esos papeles, que deberían haber sido de oro, son una prenda de honor: tu derecho a la energía de los hombres que producen. Tu cartera es tu manifestación de esperanza de que en algún lugar del mundo a tu alrededor hay hombres que no transgredirán ese principio moral que es el origen del dinero. ¿Es eso lo que consideras malvado?
¿Has indagado alguna vez el origen de la producción? Mira un generador eléctrico y atrévete a decir que fue creado por el esfuerzo muscular de brutos insensatos. Intenta hacer crecer una semilla de trigo sin el conocimiento que te dejaron los hombres que tuvieron que descubrirlo por primera vez. Trata de obtener tu alimento sólo a base de movimientos físicos y aprenderás que la mente del hombre es la raíz de todos los bienes producidos y de toda la riqueza que haya existido jamás sobre la tierra.
¿Pero dices que el dinero lo hace el fuerte a expensas del débil? ¿A qué fuerza te refieres? No es la fuerza de armas o de músculos. La riqueza es el producto de la capacidad de pensar del hombre. Entonces, ¿hace dinero el hombre que inventa un motor a expensas de quienes no lo inventaron? ¿Hace dinero el inteligente a expensas de los tontos? ¿El competente a expensas del incompetente? ¿El ambicioso a expensas del holgazán? El dinero se crea antes de que pueda ser robado o mendigado; es creado por el esfuerzo de cada hombre honrado, de cada uno hasta el límite de su capacidad. Un hombre honrado es el que sabe que no puede consumir más de lo que produce.
Comerciar por medio de dinero es el código de los hombres de buena voluntad. El dinero se basa en el axioma de que cada hombre es dueño de su mente y de su esfuerzo. El dinero no da poder para prescribir el valor de tu esfuerzo excepto por el juicio voluntario del hombre que está dispuesto a entregarte su esfuerzo a cambio. El dinero te permite obtener por tus bienes y tu trabajo lo que ellos valen para los hombres que los compran, pero no más. El dinero no permite tratos excepto aquellos en beneficio mutuo y por el juicio no forzado de los comerciantes. El dinero exige de ti el reconocimiento de que los hombres han de trabajar para su propio beneficio, no para su propio perjuicio; para ganar, no para perder la aceptación de que no son bestias de carga nacidos para transportar el peso de tu miseria, que tienes que ofrecerles valores, no heridas, que el lazo común entre los hombres no es el intercambio de sufrimientos, sino el intercambio de bienes. El dinero exige que vendas, no tu debilidad a la estupidez de los hombres, sino tu talento a su razón; exige que compres, no lo peor que ofrecen, sino lo mejor que tu dinero pueda encontrar. Y cuando los hombres viven a base del comercio –con la razón, no la fuerza, como árbitro final– es el mejor producto el que triunfa, la mejor actuación, el hombre de mejor juicio y más habilidad, y el grado de la productividad de un hombre es el grado de su recompensa. Este es el código de la existencia cuyo instrumento y símbolo es el dinero. ¿Es eso lo que consideras malvado?
Pero el dinero es sólo un instrumento. Te llevará donde desees, pero no te sustituirá como conductor. Te dará los medios para la satisfacción de tus deseos, pero no te proveerá con deseos. El dinero es la plaga de los hombres que intentan revertir la ley de causalidad: los hombres que buscan reemplazar la mente adueñándose de los productos de la mente.
El dinero no comprará la felicidad para el hombre que no tenga ni idea de lo que quiere; el dinero no le dará un código de valores si él ha evadido el conocimiento de qué valorar, y no le dará un objetivo si ha evadido la elección de qué buscar. El dinero no comprará inteligencia para el estúpido, o admiración para el cobarde, o respeto para el incompetente. El hombre que intenta comprar los cerebros de sus superiores para que le sirvan, reemplazando con dinero su capacidad de juicio, acaba por convertirse en la víctima de sus inferiores. Los hombres de inteligencia lo abandonan, pero los embaucadores y farsantes acuden a él en masa, atraídos por una ley que él no ha descubierto: que ningún hombre puede ser inferior a su dinero. ¿Es ésa la razón por la que lo llamáis malvado?
Sólo el hombre que no la necesita está capacitado para heredar riqueza; el hombre que amasaría su propia fortuna, sin importar desde dónde comience. Si un heredero está a la altura de su dinero, éste le sirve; si no, le destruye. Pero vosotros lo ignoráis y clamáis que el dinero lo ha corrompido. ¿Lo hizo? ¿O fue él quien corrompió a su dinero? No envidiéis a un heredero indigno; su riqueza no es vuestra y no habríais estado mejor con ella. No penséis que debería haber sido distribuida entre vosotros; cargar al mundo con cincuenta parásitos en vez de uno no habría hecho revivir la virtud muerta que constituyó la fortuna. El dinero es un poder viviente que muere sin su raíz. El dinero no le servirá a la mente que no esté a su altura. ¿Es ése el motivo por el que lo llamáis malvado?
El dinero es vuestro medio de supervivencia. El veredicto que pronunciáis sobre la fuente de vuestro sustento es el veredicto que pronunciáis sobre vuestra vida. Si la fuente es corrupta, habéis condenado vuestra propia existencia. ¿Adquiristeis vuestro dinero por fraude? ¿Cortejando los vicios o estupideces humanas? ¿Sirviendo a imbéciles con la esperanza de conseguir más de lo que vuestra capacidad se merece? ¿Rebajando vuestros principios? ¿Realizando tareas que despreciáis para compradores que desdeñáis? En tal caso, vuestro dinero no os dará ni un momento, ni un centavo de alegría. Todo cuanto compréis se convertirá, no en una honra para vosotros, sino en un reproche; no en un triunfo, sino en un evocador de vergüenza. Entonces gritaréis que el dinero es malvado. ¿Malvado, porque no sustituye al respeto que os debéis a vosotros mismos? ¿Malvado, porque no os dejó disfrutar de vuestra depravación? ¿Es ésa la raíz de vuestro odio por el dinero?
El dinero siempre seguirá siendo un efecto y rehusará reemplazaros como la causa. El dinero es el producto de la virtud, pero no os dará la virtud y no redimirá vuestros vicios. El dinero no os dará lo inmerecido, ni en materia ni es espíritu. ¿Es ésa la raíz de vuestro odio por el dinero?
¿O acaso dijisteis que es el amor al dinero el origen de toda maldad? Amar una cosa es conocerla y amar su naturaleza. Amar el dinero es conocer y amar el hecho de que el dinero es la creación del mejor poder dentro de ti, y tu pasaporte para poder comerciar tu esfuerzo por el esfuerzo de lo mejor entre los hombres. Es la persona que vendería su alma por una moneda la que proclama en voz más alta su odio hacia el dinero, y tiene buenas razones para odiarlo. Los que aman el dinero están dispuestos a trabajar por él; saben que son capaces de merecerlo.
Os daré una pista sobre el carácter de los hombres: el hombre que maldice el dinero lo ha obtenido de forma deshonrosa; el hombre que lo respeta se lo ha ganado honradamente.
Huye por tu vida del hombre que te diga que el dinero es malvado. Esa frase es la campanilla de leproso de un saqueador acercándose. Mientras los hombres vivan juntos en la tierra y necesiten un medio para tratar unos con otros, su único sustituto, si abandonan el dinero, es el cañón de una pistola.
Pero el dinero exige de ti las más altas virtudes, si quieres hacerlo o conservarlo. Los hombres que no tienen valor, orgullo o autoestima, los hombres que no tienen un sentido moral de su derecho a su dinero y no están dispuestos a defenderlo como si defendieran sus vidas, los hombres que se excusan por ser ricos, no permanecerán ricos por mucho tiempo. Ellos son el cebo natural para las bandadas de saqueadores que se agazapan bajo las rocas durante siglos, pero que salen arrastrándose al primer indicio de un hombre que ruega ser perdonado por la culpa de poseer riqueza. Ellos se apresurarán a aliviarle de su culpa y de su vida, como se merece.
Entonces veréis el ascenso de los hombres de doble criterio, de los hombres que viven por la fuerza mientras cuentan con quienes viven del comercio para crear el valor del dinero que ellos roban, los hombres que son los polizones de la virtud. En una sociedad moral ellos son los criminales y los estatutos están escritos para protegerte de ellos. Pero cuando una sociedad establece criminales-por-derecho y saqueadores-por-ley, hombres que utilizan la fuerza para apoderarse de la riqueza de víctimas desarmadas, entonces el dinero se convierte en el vengador de quien lo creó. Tales saqueadores creen que no hay riesgo en robarles a hombres indefensos una vez que han aprobado una ley para desarmarlos. Pero su botín se convierte en el imán para otros saqueadores, que lo obtienen igual que ellos lo obtuvieron. Entonces el triunfo irá, no al más competente en producción, sino al más despiadado en brutalidad. Cuando la fuerza es la norma, el asesino triunfa sobre el ratero. Y entonces la sociedad se deshace, envuelta en ruinas y carnicerías.
¿Queréis saber si ese día va a llegar? Observad el dinero. El dinero es el barómetro de las virtudes de una sociedad. Cuando veáis que el comercio se realiza, no por compulsión, sino por consentimiento, cuando veáis que para poder producir, necesitáis obtener autorización de quienes no producen, cuando observéis que el dinero fluye hacia quienes trafican, no en bienes, sino en favores, cuando veáis que los hombres se enriquecen por soborno y por influencia en vez de por trabajo, y que tus leyes no te protegen contra ellos, sino que les protegen a ellos contra ti; cuando veáis la corrupción siendo recompensada y la honradez convirtiéndose en autosacrificio, podéis estar seguros que vuestra sociedad está condenada. El dinero es un medio tan noble que no compite con las armas y no pacta con la brutalidad. Nunca le permitirá a un país sobrevivir como mitad-propiedad, mitad-botín.
Siempre que aparecen destructores entre los hombres, empiezan por destruir el dinero, porque éste es la protección de los hombres y la base de una existencia moral. Los destructores se apoderan del oro y les dejan a sus dueños un montón de papeles falsos. Esto destruye todas las normas objetivas y deja a los hombres a merced del poder arbitrario de un arbitrario promulgador de valores. El oro era un valor objetivo, lo equivalente a la riqueza producida. El papel es una hipoteca sobre riqueza que no existe, sustentada por un arma apuntada a quienes se espera que la produzcan. El papel es un cheque cursado por saqueadores legales sobre una cuenta que no es suya: sobre la virtud de las víctimas. Vigilad el día en que el cheque sea devuelto con la anotación: “Cuenta sin fondos”.
Cuando hayáis convertido la maldad en vuestro medio de supervivencia, no contéis con que los hombres sigan siendo buenos. No contéis con que ellos se mantengan en la moral y pierdan sus vidas por el objetivo de convertirse en pasto para lo inmoral. No contéis con que produzcan cuando la producción es castigada y el robo recompensado. No preguntéis “¿Quién está destruyendo al mundo?” Sois vosotros.
Os encontráis en medio de los mayores logros de la más productiva civilización y os preguntáis por qué se está desmoronando a vuestro alrededor, mientras condenáis la fuente sanguínea que la alimenta, el dinero. Miráis el dinero como los salvajes hacían antes de vosotros y os preguntáis por qué la selva está acercándose al borde de vuestras ciudades. A través de la historia de la humanidad el dinero fue siempre usurpado por saqueadores de una marca u otra, cuyos nombres cambiaron, pero cuyos métodos permanecieron igual: apropiarse de la riqueza por la fuerza y mantener a los productores atados, degradados, difamados, despojados de honor. Esa frase sobre la maldad del dinero, que pronunciáis con ese irresponsable aire virtuoso, data de la época en que la riqueza era producida por la labor de esclavos, esclavos que repetían los movimientos descubiertos antes por la mente de alguien, y sin mejora durante siglos. Mientras la producción fue gobernada por la fuerza y la riqueza se obtenía a través de la conquista, había poco que conquistar. Sin embargo durante todos los siglos de estancamiento y hambrunas, los hombres exaltaron a los saqueadores como aristócratas de la espada, como aristócratas de nacimiento, como aristócratas del régimen; y despreciaron a los productores, como esclavos, como comerciantes, como tenderos, como industriales.
Para gloria de la humanidad, existió por primera y única vez en la historia del mundo un país del dinero, y no tengo más alto y más reverente tributo que ofrecerle a los Estados Unidos de América, porque eso significa un país de razón, justicia, libertad, producción y logro. Por primera vez la mente del hombre y el dinero fueron liberados, y no hubo más fortunas-por-conquista, sino sólo fortunas-por-trabajo, y en vez de guerreros y esclavos surgió el verdadero forjador de riqueza, el mayor trabajador, el tipo más elevado de ser humano: el “self-made man”, el hombre hecho a sí mismo, el industrial norteamericano.
Si me pedís que nombre la distinción más orgullosa de los norteamericanos, escogería, porque contiene todas las otras, el hecho de que fueron el pueblo que acuñó la frase: “hacer dinero”. Ningún otro lenguaje o país había usado antes estas palabras; los hombres siempre habían pensado que la riqueza era una cantidad estática, a ser arrebatada, mendigada, heredada, distribuida, saqueada u obtenida como un favor. Los norteamericanos fueron los primeros en entender que la riqueza tiene que ser creada. Las palabras “hacer dinero” contienen la esencia de la moralidad humana.
Pero estas fueron las palabras por las que los norteamericanos fueron denunciados por las decadentes culturas de los continentes de saqueadores. Ahora el credo de los saqueadores os ha llevado a considerar vuestros más dignos logros como motivo de vergüenza, vuestra prosperidad como culpa, vuestros mejores hombres, los industriales, como granujas, y vuestras magníficas fábricas como el producto y la propiedad del trabajo muscular; trabajo de esclavos manejados con látigos, como las pirámides de Egipto. El bellaco que gesticula que no ve diferencia entre el poder del dólar y el poder del látigo, debería aprender la diferencia en su propio pellejo, como creo lo hará.
A menos y hasta que descubráis que el dinero es el origen de todo lo bueno, estáis buscando vuestra propia destrucción. Cuando el dinero deja de ser el instrumento por el cual los hombres tratan unos con otros, entonces los hombres se convierten en instrumentos de los hombres. Sangre, látigos, pistolas... o dólares. Escoged; no hay otra opción y vuestro tiempo se está acabando.