viernes, 17 de abril de 2015

La alegría de vivir.



Una de las personas más admirables y admiradas por mi es Marilyn Monroe. Siempre pensé que había algo en su forma de ser, de manifestarse, que era realmente fascinante y, sin tener un conocimiento más profundo del personaje, no sabía qué era, no sabía definirlo.
Un buen día buscando entre los escritos de Ayn Rand descubrí éste que adjunto a continuación. Sinceramente es magnífico, porque representa todo eso indefinible que es la esencia de lo que pululaba por mi mente sin concretarse, por eso lo transcribo:

La muerte de Marilyn Monroe conmocionó a la gente, con un impacto diferente a lo que sería su reacción ante la muerte de cualquier otra estrella del cine o figura pública. En todo el mundo la gente sintió una extraña convicción de estar personalmente involucrada, y de protesta, como la exclamación universal de un "Oh, ¡no!"
Sintieron que su muerte tenía algún significado especial, casi como una advertencia que ellos no podían descifrar, y sintieron una aprehensión inexpresable, la sensación de que algo terriblemente malo estaba involucrado.
Tenían razón de sentir eso.
Marilyn Monroe, en la pantalla, fue un reflejo del júbilo –puro, inocente, como el de una niña– de vivir la vida. Ella proyectaba la imagen de una persona nacida y criada en alguna Utopía radiante, no afectada por el sufrimiento, incapaz de concebir la fealdad o la maldad, encarando la vida con la confianza, la benevolencia y la exultante ostentación de un niño o de un gatito que está feliz de exhibir su atractivo como el mejor regalo que puede ofrecer al mundo y que espera ser admirado por ello, no lastimado.
En la vida real, el suicidio de Marilyn Monroe –o peor, un suicidio que pudo haber sido un accidente, sugiriendo que para ella la diferencia no importaba– fue una declaración de que vivimos en un mundo que hizo imposible para su tipo de espíritu y para las cosas que ella representaba poder sobrevivir.
Si alguna vez hubo una victima de la sociedad, Marilyn Monroe fue esa victima, de una sociedad que profesa dedicación al alivio de los que sufren pero que mata a los que están llenos de entusiasmo.
Ninguno de los que reciben las solicitudes tiernas de los humanitarios, los delincuentes juveniles, pudo haber tenido una niñez tan sórdida y horripilante como la tuvo Marilyn Monroe.
Sobrevivirla y preservar la clase de espíritu que ella proyectó en la pantalla, el sentido radiantemente benevolente de la vida, que no puede ser fingido, fue un logro psicológico casi inconcebible, que requirió un heroísmo del orden más elevado. Cualesquiera cicatrices que su pasado hubiese dejado, fueron insignificantes en comparación.
Ella preservó su visión de la vida a través de una pugna de pesadilla, luchando para abrirse camino hasta la cima. Lo que la rompió fue el descubrimiento, en la cumbre, de un mal tan sórdido como el que había dejado atrás; peor, quizás, por incomprensible. Ella había esperado alcanzar la luz del sol; encontró, en su lugar, una ilimitada ciénaga de malicia.
Era una malicia de un tipo muy especial. Si quieres presenciar su lucha dubitativa por comprenderla, lee el magnifico artículo en un reciente número de la revista Life. No es en realidad un artículo, es una transcripción literal de sus propias palabras y el documento más trágicamente revelador publicado en muchos años. Es un grito de ayuda que llegó muy tarde para ser respondido.
"Cuando eres famosa, es como que te chocas con la naturaleza humana de una manera más o menos cruda", ella dijo. "Provoca envidia, la fama hace eso. La gente con la que te encuentras opinan que, bueno, ¿quién es ella? ¿Quién se cree que es ella, Marilyn Monroe? Sienten que la fama les da a ellos algún tipo de privilegio de acercarse a ti y de decirte cualquier cosa, tú sabes, de cualquier tipo de naturaleza y que no lastimará tus sentimientos, como si le estuviera pasando a tu ropa...Yo no comprendo porqué las personas no son un poco más generosas entre si. No me gusta decir esto pero temo que hay mucha envidia en este negocio."
"Envidia" era el único nombre que ella podía encontrar para la cosa monstruosa que confrontaba, pero era mucho peor que la envidia: era el profundo odio a la vida, al éxito y a todos los valores humanos, sentido por un cierto tipo de mediocridad, el tipo que siente placer al escuchar de la mala fortuna de un extraño. Era odio al bien por ser el bien, odio a la habilidad, a la belleza, a la honestidad, a la determinación, a los logros y, por encima de todo, al júbilo de las personas.
Lea el artículo de Life para ver como operaba y qué le hizo a ella.
Una niña entusiasta, que fue reprendida por su entusiasmo: "A veces las familias de acogida se preocupaban porque yo acostumbraba a reír tan fuerte y con tanta alegría; yo supongo que pensaban que era algo histérica."
Una estrella espectacularmente exitosa, cuyos patronos seguían repitiendo: "Recuerda que no eres una estrella," en un esfuerzo determinado, aparentemente, de no dejarla descubrir su propia importancia.
Una actriz brillantemente talentosa, que escuchó de las supuestas autoridades, de Hollywood, de la prensa, que ella no podía actuar.
Una actriz, dedicada a su arte con seriedad apasionada: "Cuando yo tenía 5 años, creo que fue entonces cuando yo empecé a querer ser una actriz, adoraba jugar, no me gustaba el mundo a mi alrededor porque era bastante deprimente pero me encantaba jugar al ‘hogar’ y era como que podías fijarte tus propias fronteras”, que pasó por un infierno para fijar sus propias fronteras, para ofrecer a la gente el universo iluminado por el sol de su propia visión. "Es casi tener ciertos tipos de secretos por un momento, cuando estás actuando”, pero quien fuera ridiculizada por su deseo de interpretar papeles serios.
Una mujer, la única, que fue capaz de proyectar la inocente sexualidad radiante de un ser de algún planeta no corrompido por la culpa, que se encontró a si misma considerada y promocionada como un vulgar símbolo de obscenidad y quien todavía tuvo el coraje de declarar: "Todos nacemos criaturas sexuales, gracias a Dios, pero es una pena que tanta gente desprecie y aplaste este regalo natural."
Una niña feliz, que estaba ofreciendo su logro al mundo con el orgullo de una grandeza autentica y del gatito que deposita un trofeo de caza a tus pies; que se encontró a si misma respondida por esfuerzos concertados de negar, de degradar, de ridiculizar, de insultar, de destruir sus logros; que fue incapaz de concebir que era castigada por lo mejor de ella, no por lo peor; que sólo podía presentir, con terror impotente, que estaba confrontando algún indecible tipo de mal.
¿Cuanto tiempo cree que un ser humano puede soportarlo?
Tal odio a los valores siempre ha existido en alguna gente, en cualquier era o cultura. Pero hace cien años, se hubiera esperado de ellos que lo escondan. Hoy está en todo nuestro alrededor; es el estilo y la moda de nuestro siglo.
¿Donde encontraría alivio de tal odio un espíritu hundiéndose?

El mal de una atmósfera cultural está hecho por todos aquellos que lo comparten. Cualquiera que haya una vez sentido resentimiento contra el bien por ser el bien y haya dado voz a éste, es el asesino de Marilyn Monroe.

Alegato de Howard.













Este alegato que en su propia defensa personal  hace Howard Roark en la novela el Manantial de Ayn Rand y que, posteriormente, fue llevada al cine con Gary Cooper como Howard, representa una chispa en el inicio de todo un camino iniciático en la búsqueda de la propia moral personal, la única posible, por cierto y que cada párrafo es como una losa, como un principio que a poco que uno sea capaz de pensar con auténtica objetividad te pone en el camino de toda una filosofía de la vida, una filosofía de la felicidad.
Todas las imágenes adjuntas, realizadas por mí,  están basadas en la película citada.

Miles de años atrás, un gran hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos. Seguramente se le considero un maldito que había pactado con el demonio. Pero, desde entonces, los hombres tuvieron fuego para calentarse, para cocinar, para iluminar sus cuevas. Les dejó un legado inconcebible para ellos y alejó la oscuridad de la Tierra. Siglos más tarde un gran hombre inventó la rueda. Probablemente fue atormentado en el mismo aparato que había enseñado a construir a sus hermanos. Seguramente se le consideró un trasgresor que se había aventurado por territorios prohibidos. Pero desde entonces los hombres pudieron viajar más allá de cualquier horizonte. Les dejó un legado inconcebible para ellos y abrió los caminos del mundo.
Ese gran hombre, el rebelde, está en el primer capítulo de cada leyenda que la humanidad ha registrado desde sus comienzos. Prometeo fue encadenado a una roca y allí devorado por los buitres, porqué robó el fuego a los dioses. Adán fue condenado al sufrimiento porque comió del fruto del árbol del conocimiento. Cualquiera sea la leyenda, en alguna parte en las sombras de su memoria, la humanidad sabe que su gloria comenzó con un gran hombre y que ese héroe pagó por su valentía.
A lo largo de los siglos ha habido hombres que han dado pasos en caminos nuevos sin más armas que su propia visión. Sus fines diferían, pero todos ellos tenían esto en común: su paso fue el primero, su camino fue nuevo, su visión fue trascendente y la respuesta recibida fue el odio. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos, inventores, enfrentaron solos a los hombres de su época. Todo nuevo pensamiento fue rechazado. Toda nueva invención fue rechazada. Toda gran invención fue condenada. El primer motor fue considerado absurdo. El avión imposible. El telar mecánico, un mal. A la anestesia se la juzgó pecaminosa. Sin embargo, los visionarios siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron por su grandeza. Pero vencieron.
Ningún creador estuvo impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, porque sus hermanos rechazaron siempre el regalo que les ofrecía, ya que ese regalo destruía la rutina perezosa de sus vidas. Su único móvil fue su verdad. Su propia verdad y su propio trabajo para concretarla a su manera: una sinfonía, un libro, una máquina, una filosofía, un aeroplano o un edificio; eso era su meta y su vida. No aquellos que escuchaban, leían, trabajaban, creían, volaban o habitaban lo que él realizaba. La creación, no sus usuarios. La creación, no los beneficios que otros recibían de ella. La creación que daba forma a su verdad. Él sostuvo su verdad por encima de todo y contra todos.
Su visión, su fuerza, su valor, provenían de su espíritu. El espíritu de un hombre es, sin embargo, su ego, esa entidad que constituye su conciencia. Pensar, sentir, juzgar, obrar son funciones del ego.
Los creadores no son altruistas. Ese es todo el secreto de su poder. Son autosuficientes, auto inspirados, auto generados. Una causa primigenia, una fuente de energía, una fuerza vital, un primer motor original. El creador no atiende a nada ni a nadie. Vive para sí mismo.
Y solamente viviendo para sí mismo, el creador ha sido capaz de realizar esas cosas que son la gloria de la humanidad. Tal es la naturaleza de la creación.
El hombre no puede sobrevivir, salvo mediante su propia mente. Llega desarmado a la Tierra. Su cerebro es su única arma. Los animales obtienen el alimento por la fuerza. El hombre no tiene garras, ni colmillos, ni cuernos, ni gran fuerza muscular. Debe cultivar su alimento o cazarlo. Para cultivar, necesita un proceso de su pensamiento. Para cazar, necesita armas y para hacer armas necesita de un proceso de pensamiento. Desde la necesidad más simple hasta la más alta abstracción religiosa, desde la rueda hasta el rascacielos, todo lo que somos y todo lo que tenemos procede de un solo atributo del hombre: la función de su mente razonadora.
Pero la mente es una propiedad individual. No existe tal cosa como un cerebro colectivo. No hay tal cosa como un pensamiento colectivo. Un acuerdo realizado por un grupo de hombres es sólo una negociación de principios o un promedio de muchos pensamientos individuales. Es una consecuencia secundaria. El acto primordial, el proceso de la razón, debe ser realizado por cada persona. Podemos dividir una comida entre muchos, pero no podemos digerirla con un estómago colectivo. Nadie puede usar sus pulmones para respirar por otro. Nadie puede usar su cerebro para pensar por otro. Todas las funciones del cuerpo y del espíritu son personales. No pueden ser compartidas ni transferidas. Heredamos los productos del pensamiento de otros. Heredamos la rueda. Hicimos un carro. El carro se transformó en automóvil. El automóvil ha llegado a ser un avión.
Pero a lo largo del proceso, aquello que recibimos de los demás es el producto final de su pensamiento. La fuerza que lo impulsa es la facultad creativa que toma ese producto como un material, lo usa y origina el siguiente paso. Esta facultad creativa no puede ser dada ni recibida, compartida, ni concedida en préstamo. Pertenece a un ser único y singular. Aquello que se crea es propiedad de su creador. Las personas aprenden una de otra, pero todo aprendizaje es solamente un intercambio de material. Nadie puede darle a otro la capacidad de pensar. Sin embargo, esa capacidad es nuestro único medio de supervivencia.
Nada nos es dado en la Tierra. Todo lo que necesitamos debe ser producido. Y aquí el ser humano afronta su alternativa básica, la de que puede sobrevivir en sólo una de dos formas: por el trabajo autónomo de su propia mente, o como un parásito alimentado por las mentes de los demás. El creador es original. El parásito es dependiente. El creador enfrenta la naturaleza a solas. El parásito enfrenta la naturaleza a través de un intermediario.
El interés del creador es conquistar la naturaleza. El interés del parásito es conquistar a los hombres.
El creador vive para su trabajo. No necesita de otros hombres. Su fin esencial está en sí mismo. El parásito vive de otros. Necesita de los demás. Los demás se convierten en su motivo principal
La necesidad básica del creador es la independencia. La mente que razona no puede trabajar bajo ninguna forma de coerción. No puede ser sometida, sacrificada o subordinada a ninguna consideración, cualquiera sea esta. Exige una independencia total en su función y en su móvil. Para un creador todas las relaciones con los hombres son secundarias.
La necesidad básica del parásito es asegurar sus vínculos con los hombres para que lo alimenten. Coloca las relaciones en primer lugar. Declara que el hombre existe para servir a los demás. Predica el altruismo.
El altruismo es la doctrina que exige que el hombre viva para los demás y coloque a los otros sobre sí mismo.
Pero nadie puede vivir para otro. No puede compartir su espíritu, como no puede compartir su cuerpo. El parásito se vale del altruismo como arma de explotación e invierte los principios morales del género humano. Les enseña a los hombres preceptos para destruir al creativo. Les enseña que la dependencia es una virtud.
Quien intenta vivir para los demás es un dependiente. Es un parásito en su motivación y hace parásitos a quienes sirve. La relación no produce más que una mutua corrupción. Es imposible conceptualmente. Lo que más se aproxima a ello en la realidad –el hombre que vive para servir a otros- es el esclavo. Si la esclavitud física es repulsiva, ¿cuánto más repulsivo es el servilismo del espíritu? El esclavo conquistado tiene un vestigio de honor, tiene el mérito de haber resistido y de considerar que su condición es mala. Pero aquel que se esclaviza voluntariamente, en nombre del amor, es la más baja de las criaturas. Degrada la dignidad humana y degrada el concepto de amor. Esta es la esencia del altruismo.
A los hombres se les ha enseñado que la virtud más alta no es crear, sino dar. Sin embargo, no se puede dar lo que no ha sido creado. La creación es anterior a la distribución, pues, de lo contrario, no habría nada que distribuir. La necesidad de un creador es previa a la de un beneficiario. No obstante, se nos ha enseñado a admirar al parásito que distribuye como regalos lo que no ha producido. Elogiamos un acto de caridad. Nos encogemos de hombros ante un acto de realización.
Se nos ha enseñado que la primera preocupación debe consistir en aliviar el sufrimiento de los demás. Pero el sufrimiento es una enfermedad. Si uno se la encuentra, intenta dar consuelo y asistencia. Hacer de eso el más alto testimonio de virtud es considerar al sufrimiento como lo más importante de la vida. Entonces el hombre debe desear ver sufrir a los demás para poder ser virtuoso. Tal es la naturaleza del altruismo. El creador no tiene interés en la enfermedad, sino en la vida. Sin embargo, la obra de los creadores ha eliminado una enfermedad tras otra, en el cuerpo y en el espíritu humanos, y ha producido más alivio para el sufrimiento que lo que cualquier altruista pueda jamás concebir.
Se nos ha enseñado que es una virtud estar de acuerdo con los otros. Mas el creador es alguien que disiente. Se nos ha enseñado que es una virtud nadar con la corriente. Pero el creador nada contra la corriente. Se nos ha enseñado que estar juntos constituye una virtud. Pero el creador está solo.
Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo de mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa. Esas son funciones del ego.
En esto la reversión de los valores básicos es más mortífera. Toda virtud ha sido pervertida y al hombre no se le ha dejado libertad alguna. Como polos del bien y del mal, se le ofrecieron dos concepciones: altruismo y egoísmo. El altruismo se define como el sacrificio del yo por los otros. El egoísmo, como el sacrificio de los otros por el yo….. Esto ató al hombre irrevocablemente a otros hombres y no le dejó más que una elección de dolor: su propio dolor en aras del bien de los demás, o el dolor de los demás en aras de su propio bien. Cuando se agregó la monstruosa idea de que el hombre debe encontrar felicidad en el sacrificio, la trampa quedó sellada. El hombre se vio forzado a aceptar el masoquismo como su ideal, con el sadismo como alternativa. Este es el fraude más terrible que se ha perpetrado en contra de la humanidad.
Este es el sacrificio por el cual la dependencia y el sufrimiento se perpetuaron como los fundamentos de la vida.
No se trata de elegir entre el auto sacrificio y dominación, sino entre independencia y dependencia. El código del creador o el código del parásito. Esta es la cuestión básica, cuestión que descansa sobre la opción de la vida o la muerte. El código del creador está construido sobre las necesidades de la mente que razona y que permite al hombre sobrevivir. El código del parásito está construido sobre las necesidades de una mente incapaz de sobrevivir. Todo lo que procede del ego independiente es bueno. Todo lo que procede del parásito dependiente es malo.
El verdadero egoísta no es quien sacrifica a los demás. Es el que no tiene necesidad de usar a los demás de ninguna forma. No obra por medio de ellos. No está interesado en ellos en ningún aspecto fundamental. Ni en su objeto, ni es su móvil, ni en su pensamiento, ni en su deseo, ni en la fuente de su energía. El verdadero egoísta no vive para ninguna otra persona y no le pide a nadie que viva para él. Esta es la única forma de fraternidad y de respeto mutuo posible entre los seres humanos.
Los grados de capacidad varían, pero el principio básico es siempre el mismo: la medida de la independencia de alguien, su iniciativa y su amor por su trabajo determinan su talento y su valor. La independencia es la regla para evaluar la virtud y el valor humano. Lo que vale es lo que el hombre es y hace de sí mismo, no lo que haya o no haya hecho por los demás. No hay sustitutos para la dignidad personal. No hay más parámetro de la dignidad personal que la independencia.
En las relaciones adecuadas no hay sacrificio de nadie hacia nadie. Un arquitecto necesita clientes, pero no subordina su obra a los deseos de ellos. Ellos lo necesitan, pero no le encargan una casa sólo para darle trabajo. Las personas comercian por libre y mutuo consentimiento, y en beneficio mutuo, cuando sus intereses coinciden y ambos desean el intercambio. Si alguno no lo desea, no está obligado a tratar con el otro, entonces ambos siguen buscando. Esta es la única forma posible de relación entre iguales. Cualquier otra es una relación de esclavo y amo, de víctima y verdugo.
Ningún trabajo se hace colectivamente por la decisión de una mayoría. Todo trabajo creativo se realiza bajo la guía de un único pensamiento individual. Un arquitecto necesita muchos hombres para levantar un edificio, pero no les pide que sometan a votación su diseño. Trabajan juntos por libre acuerdo y cada uno es libre en su función respectiva. Un arquitecto emplea acero, cristal y cemento que otros han producido. Pero esos materiales siguen siendo sólo acero, cristal y cemento hasta que él los utiliza. Lo que él hace con ellos es su producto y su propiedad como individuo. Esta es la única forma de cooperación entre los hombres.
El primer derecho en la Tierra es el derecho al ego. El primer deber del hombre es para consigo mismo. Su ley moral consiste en nunca hacer de los demás su objetivo principal. Su obligación moral es hacer lo que él desee, siempre que su deseo no dependa primordialmente de los demás. Esto incluye las acciones del creador, el pensador y el verdadero trabajador. Pero no incluye las del gángster, el altruista y el dictador.
Una persona piensa y trabaja sola. Pero no puede robar, explotar ni gobernar sola. El robo, la explotación y el gobierno presuponen la existencia de víctimas. Implican dependencia. Corresponden a la jurisdicción del parásito.
Los que gobiernan no son egoístas. No crean nada. Existen, enteramente, a través de los demás. Su fin está en sus súbditos, en la actividad de esclavizar. Son tan dependientes como el mendigo, el trabajador social o el bandido. La forma de dependencia carece de importancia.
Pero se nos ha enseñado a considerar a los parásitos, tiranos, emperadores y dictadores, como los exponentes del egoísmo. Mediante este fraude fuimos obligados a destruir al ego, a nosotros mismos y a los demás. El propósito del fraude fue destruir a los creadores, o someterlos, que es lo mismo.
Desde el principio de la historia, los dos antagonistas han estado frente a frente: el creador y el parásito. Cuando el antiguo creador inventó la rueda, el antiguo parásito respondió inventando el altruismo.
El creador, negado, combatido, perseguido, explotado, continuó, siguió adelante y guió a toda la humanidad con su energía. El parásito no contribuyó en nada, más allá de los obstáculos. La contienda tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.

El bien común de una colectividad, una raza, una clase, un Estado, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre los hombres. Los mayores horrores de la historia han sido cometidos en nombre de móviles altruistas. ¿Acaso alguna vez algún acto de generosidad altruista ha igualado a todas las carnicerías perpetradas por los discípulos del altruismo? ¿El defecto reside en la hipocresía humana, o en la naturaleza del principio? Los carniceros más temibles han sido los más sinceros. Creían en la sociedad perfecta alcanzada mediante la guillotina y el pelotón de fusilamiento. Nadie cuestionó su derecho a asesinar, porque asesinaban con un propósito altruista. Se aceptó que el hombre debe ser sacrificado por otros hombres. Cambian los actores, pero el curso de la tragedia se mantiene idéntico: un humanitario que empieza con declaraciones de amor hacia la humanidad y termina con un mar de sangre. Continúa y continuará mientras los hombres crean que una acción es buena si no es egoísta. Eso permite que el altruista actúe y obliga a su víctima a soportarlo. Los líderes de los movimientos colectivistas no piden nada para sí mismos pero miren los resultados.

Ayn Rand