Pienso que lo colectivo podría hasta estar más o menos legitimado
si es capaz de asumir lo individual como su principal esencia, lo colectivo
como suma de individuos, no la anulación de éstos en aras de un imposible
cerebro comunal.
Hoy voy a recordar unos días del pasado cuando era
estudiante en la Escuela de Arquitectura de Sevilla. Aquel final de curso del
74 ya sólo me quedaban dos asignaturas para acabar el año que me había
programado y me dediqué a fondo a ellas en la segunda mitad del curso académico.
Horas y horas de estudiar materiales de construcción, el libro, las normas, las
prácticas. Cada día me sentía más encantado, y en cierto sentido divertido, con el trabajo que estaba haciendo y deseaba
examinarme para manifestar que dominaba aquella asignatura. Hacía mucho tiempo
que entendí que en aquellos años en la Escuela, uno sólo iba a aprobar si era
consciente de que sabía tanto o más que el profesor de cada asignatura. Eso hoy
ya no es tan así.
En aquella clase éramos unos 60 y la inmensa mayoría eran
alumnos muy “comprometidos” con la izquierda radical, era lo propio de unos
años del final del franquismo y en cierto sentido hasta lógico. Bien, el caso
es que el profesor de Materiales de construcción era una persona un poco
chapada a la antigua, presumiblemente muy malo para el alumno medio ya que no
explicaba exactamente aquello que después iba a preguntar, pero, no obstante
aquellas anécdotas que cada día contaba en clase es lo que, con los años, ha
quedado para siempre en el poso de mis recuerdos de aquella asignatura y en
esencia, de todo aquello que en realidad realmente vale la pena no olvidar
relacionado con la asignatura. Además…su apariencia era “despreciable” para
unos alumnos “progres”…tenía bigote y vestía siempre con chaqueta y corbata.
En un momento determinado, nos encontramos con una gran
asamblea en la clase, a pocos días del fin de curso. Aquellos alumnos radicales
que sabíamos que se pagaban la carrera con su activismo político plantearon que
era imprescindible para “mejorar la calidad de la asignatura” no presentarnos
todos al examen final como protesta para lograr que la Escuela expulsase al
citado profesor y su sustitución por otro “mejor”, otro que era afín a esos
movimientos radicales colectivistas.
Ante aquella tesitura, me levanté de mi asiento y les
indiqué que, entendía que aquél no era el mejor profesor del mundo, pero que
había que tomar en todo caso otras actitudes para no perjudicar al individuo, a
las minorías, como yo, que si no me presentaba perdía el curso al que había
dedicado tantas horas. Ellos son expertos en mover a las masas y rápidamente
intentaron pasar de mí, así es que volví a levantarme y les dije que daba igual
lo que decidieran, pero que yo me presentaba al examen, había pagado para ello
y tenía derecho a presentarme, que ellos verían la decisión que colectivamente
tomaban pero que a mi no me importaba nada, y me fui de la asamblea. Dos chicos
más se levantaron y se fueron conmigo.
Días después escuché como el profesor estaba considerando no
plantear el examen para no dar lugar a males mayores, así es que le llamé por
teléfono y quedamos con él en su casa otro chico y yo. Le dije que por favor,
que no anulase el examen, que queríamos presentarnos un pequeño grupo. Entre
lágrimas escondidas e incipientes, el hombre nos agradeció el gesto y nos dio las
gracias al mismo tiempo que nos quiso indicar qué temas nos iba a poner en el
examen. Aquello me dolió mucho. No, no quería que me dijera qué iba a preguntar,
sino que, le dije, que yo quería exponer que de cualquier aspecto de la
asignatura era capaz de poder desarrollarlo adecuadamente, que queria dar a
conocer mis conocimientos de la asignatura, aquello, creo que le animó mucho
más y quizá fue el instante en el que decidió que no iba a tirar la toalla.
Dias antes del examen, a mi casa fue una cantidad de gente,
de alumnos que iban a preguntarme que se habían enterado de que había hablado
con el profesor y que les dijera que qué era lo que iba a poner en el examen.
Mi respuesta siempre fue la misma…no lo sé, supongo que algo del libro y de los
apuntes de la asignatura.
El día del examen nos presentamos unos veinticinco, e
hicimos el examen abstrayéndonos del vocerío inmisericorde del resto de los “concienciados”.
A cada voz de aquella muchedumbre, mis neuronas me insistían….¡bien!, muy bien,
es lo más moral que estás haciendo y esa chusma de ahí de por fuera de la
puerta son mera y absoluta masa informe y moldeable, despreciable hasta el
fondo del alma.
Aprobamos todos lo que nos presentamos y el profesor siguió
en su cátedra muchos años después. Nunca en los años siguientes, ninguno de mis
compañeros me recordó aquellos días ni por un momento, más bien al contrario,
habitualmente solicitaban mis notas de clase para contrastar las suyas. Acabé
la carrera y muchos años después comprobé in situ que mis apuntes a mano de
muchas asignaturas se fotocopiaban y fotocopiaban e incluso se vendían en el
departamento de reprografía de la Escuela.
La conclusión que puedo decir que saqué de aquello es que la
voluntad es infinitamente superior a cualquier contrariedad, que el individuo
está muy por encima de lo colectivo, que lo que mueve el mundo es el acto, el
trabajo y que, si uno pone su vida en manos de lo colectivo, ya está muerto.
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