miércoles, 4 de marzo de 2015

Lo individual y la voluntad





  Pienso que lo colectivo podría hasta estar más o menos legitimado si es capaz de asumir lo individual como su principal esencia, lo colectivo como suma de individuos, no la anulación de éstos en aras de un imposible cerebro comunal.

  Hoy voy a recordar unos días del pasado cuando era estudiante en la Escuela de Arquitectura de Sevilla. Aquel final de curso del 74 ya sólo me quedaban dos asignaturas para acabar el año que me había programado y me dediqué a fondo a ellas en la segunda mitad del curso académico. Horas y horas de estudiar materiales de construcción, el libro, las normas, las prácticas. Cada día me sentía más encantado, y en cierto sentido divertido,  con el trabajo que estaba haciendo y deseaba examinarme para manifestar que dominaba aquella asignatura. Hacía mucho tiempo que entendí que en aquellos años en la Escuela, uno sólo iba a aprobar si era consciente de que sabía tanto o más que el profesor de cada asignatura. Eso hoy ya no es tan así.

  En aquella clase éramos unos 60 y la inmensa mayoría eran alumnos muy “comprometidos” con la izquierda radical, era lo propio de unos años del final del franquismo y en cierto sentido hasta lógico. Bien, el caso es que el profesor de Materiales de construcción era una persona un poco chapada a la antigua, presumiblemente muy malo para el alumno medio ya que no explicaba exactamente aquello que después iba a preguntar, pero, no obstante aquellas anécdotas que cada día contaba en clase es lo que, con los años, ha quedado para siempre en el poso de mis recuerdos de aquella asignatura y en esencia, de todo aquello que en realidad realmente vale la pena no olvidar relacionado con la asignatura. Además…su apariencia era “despreciable” para unos alumnos “progres”…tenía bigote y vestía siempre con chaqueta y corbata.

  En un momento determinado, nos encontramos con una gran asamblea en la clase, a pocos días del fin de curso. Aquellos alumnos radicales que sabíamos que se pagaban la carrera con su activismo político plantearon que era imprescindible para “mejorar la calidad de la asignatura” no presentarnos todos al examen final como protesta para lograr que la Escuela expulsase al citado profesor y su sustitución por otro “mejor”, otro que era afín a esos movimientos radicales colectivistas.

  Ante aquella tesitura, me levanté de mi asiento y les indiqué que, entendía que aquél no era el mejor profesor del mundo, pero que había que tomar en todo caso otras actitudes para no perjudicar al individuo, a las minorías, como yo, que si no me presentaba perdía el curso al que había dedicado tantas horas. Ellos son expertos en mover a las masas y rápidamente intentaron pasar de mí, así es que volví a levantarme y les dije que daba igual lo que decidieran, pero que yo me presentaba al examen, había pagado para ello y tenía derecho a presentarme, que ellos verían la decisión que colectivamente tomaban pero que a mi no me importaba nada, y me fui de la asamblea. Dos chicos más se levantaron y se fueron conmigo.

  Días después escuché como el profesor estaba considerando no plantear el examen para no dar lugar a males mayores, así es que le llamé por teléfono y quedamos con él en su casa otro chico y yo. Le dije que por favor, que no anulase el examen, que queríamos presentarnos un pequeño grupo. Entre lágrimas escondidas e incipientes, el hombre nos agradeció el gesto y nos dio las gracias al mismo tiempo que nos quiso indicar qué temas nos iba a poner en el examen. Aquello me dolió mucho. No, no quería que me dijera qué iba a preguntar, sino que, le dije, que yo quería exponer que de cualquier aspecto de la asignatura era capaz de poder desarrollarlo adecuadamente, que queria dar a conocer mis conocimientos de la asignatura, aquello, creo que le animó mucho más y quizá fue el instante en el que decidió que no iba a tirar la toalla.

  Dias antes del examen, a mi casa fue una cantidad de gente, de alumnos que iban a preguntarme que se habían enterado de que había hablado con el profesor y que les dijera que qué era lo que iba a poner en el examen. Mi respuesta siempre fue la misma…no lo sé, supongo que algo del libro y de los apuntes de la asignatura.

  El día del examen nos presentamos unos veinticinco, e hicimos el examen abstrayéndonos del vocerío inmisericorde del resto de los “concienciados”. A cada voz de aquella muchedumbre, mis neuronas me insistían….¡bien!, muy bien, es lo más moral que estás haciendo y esa chusma de ahí de por fuera de la puerta son mera y absoluta masa informe y moldeable, despreciable hasta el fondo del alma.

  Aprobamos todos lo que nos presentamos y el profesor siguió en su cátedra muchos años después.   Nunca en los años siguientes, ninguno de mis compañeros me recordó aquellos días ni por un momento, más bien al contrario, habitualmente solicitaban mis notas de clase para contrastar las suyas. Acabé la carrera y muchos años después comprobé in situ que mis apuntes a mano de muchas asignaturas se fotocopiaban y fotocopiaban e incluso se vendían en el departamento de reprografía de la Escuela.

  La conclusión que puedo decir que saqué de aquello es que la voluntad es infinitamente superior a cualquier contrariedad, que el individuo está muy por encima de lo colectivo, que lo que mueve el mundo es el acto, el trabajo y que, si uno pone su vida en manos de lo colectivo, ya está muerto.

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