viernes, 17 de abril de 2015

La alegría de vivir.



Una de las personas más admirables y admiradas por mi es Marilyn Monroe. Siempre pensé que había algo en su forma de ser, de manifestarse, que era realmente fascinante y, sin tener un conocimiento más profundo del personaje, no sabía qué era, no sabía definirlo.
Un buen día buscando entre los escritos de Ayn Rand descubrí éste que adjunto a continuación. Sinceramente es magnífico, porque representa todo eso indefinible que es la esencia de lo que pululaba por mi mente sin concretarse, por eso lo transcribo:

La muerte de Marilyn Monroe conmocionó a la gente, con un impacto diferente a lo que sería su reacción ante la muerte de cualquier otra estrella del cine o figura pública. En todo el mundo la gente sintió una extraña convicción de estar personalmente involucrada, y de protesta, como la exclamación universal de un "Oh, ¡no!"
Sintieron que su muerte tenía algún significado especial, casi como una advertencia que ellos no podían descifrar, y sintieron una aprehensión inexpresable, la sensación de que algo terriblemente malo estaba involucrado.
Tenían razón de sentir eso.
Marilyn Monroe, en la pantalla, fue un reflejo del júbilo –puro, inocente, como el de una niña– de vivir la vida. Ella proyectaba la imagen de una persona nacida y criada en alguna Utopía radiante, no afectada por el sufrimiento, incapaz de concebir la fealdad o la maldad, encarando la vida con la confianza, la benevolencia y la exultante ostentación de un niño o de un gatito que está feliz de exhibir su atractivo como el mejor regalo que puede ofrecer al mundo y que espera ser admirado por ello, no lastimado.
En la vida real, el suicidio de Marilyn Monroe –o peor, un suicidio que pudo haber sido un accidente, sugiriendo que para ella la diferencia no importaba– fue una declaración de que vivimos en un mundo que hizo imposible para su tipo de espíritu y para las cosas que ella representaba poder sobrevivir.
Si alguna vez hubo una victima de la sociedad, Marilyn Monroe fue esa victima, de una sociedad que profesa dedicación al alivio de los que sufren pero que mata a los que están llenos de entusiasmo.
Ninguno de los que reciben las solicitudes tiernas de los humanitarios, los delincuentes juveniles, pudo haber tenido una niñez tan sórdida y horripilante como la tuvo Marilyn Monroe.
Sobrevivirla y preservar la clase de espíritu que ella proyectó en la pantalla, el sentido radiantemente benevolente de la vida, que no puede ser fingido, fue un logro psicológico casi inconcebible, que requirió un heroísmo del orden más elevado. Cualesquiera cicatrices que su pasado hubiese dejado, fueron insignificantes en comparación.
Ella preservó su visión de la vida a través de una pugna de pesadilla, luchando para abrirse camino hasta la cima. Lo que la rompió fue el descubrimiento, en la cumbre, de un mal tan sórdido como el que había dejado atrás; peor, quizás, por incomprensible. Ella había esperado alcanzar la luz del sol; encontró, en su lugar, una ilimitada ciénaga de malicia.
Era una malicia de un tipo muy especial. Si quieres presenciar su lucha dubitativa por comprenderla, lee el magnifico artículo en un reciente número de la revista Life. No es en realidad un artículo, es una transcripción literal de sus propias palabras y el documento más trágicamente revelador publicado en muchos años. Es un grito de ayuda que llegó muy tarde para ser respondido.
"Cuando eres famosa, es como que te chocas con la naturaleza humana de una manera más o menos cruda", ella dijo. "Provoca envidia, la fama hace eso. La gente con la que te encuentras opinan que, bueno, ¿quién es ella? ¿Quién se cree que es ella, Marilyn Monroe? Sienten que la fama les da a ellos algún tipo de privilegio de acercarse a ti y de decirte cualquier cosa, tú sabes, de cualquier tipo de naturaleza y que no lastimará tus sentimientos, como si le estuviera pasando a tu ropa...Yo no comprendo porqué las personas no son un poco más generosas entre si. No me gusta decir esto pero temo que hay mucha envidia en este negocio."
"Envidia" era el único nombre que ella podía encontrar para la cosa monstruosa que confrontaba, pero era mucho peor que la envidia: era el profundo odio a la vida, al éxito y a todos los valores humanos, sentido por un cierto tipo de mediocridad, el tipo que siente placer al escuchar de la mala fortuna de un extraño. Era odio al bien por ser el bien, odio a la habilidad, a la belleza, a la honestidad, a la determinación, a los logros y, por encima de todo, al júbilo de las personas.
Lea el artículo de Life para ver como operaba y qué le hizo a ella.
Una niña entusiasta, que fue reprendida por su entusiasmo: "A veces las familias de acogida se preocupaban porque yo acostumbraba a reír tan fuerte y con tanta alegría; yo supongo que pensaban que era algo histérica."
Una estrella espectacularmente exitosa, cuyos patronos seguían repitiendo: "Recuerda que no eres una estrella," en un esfuerzo determinado, aparentemente, de no dejarla descubrir su propia importancia.
Una actriz brillantemente talentosa, que escuchó de las supuestas autoridades, de Hollywood, de la prensa, que ella no podía actuar.
Una actriz, dedicada a su arte con seriedad apasionada: "Cuando yo tenía 5 años, creo que fue entonces cuando yo empecé a querer ser una actriz, adoraba jugar, no me gustaba el mundo a mi alrededor porque era bastante deprimente pero me encantaba jugar al ‘hogar’ y era como que podías fijarte tus propias fronteras”, que pasó por un infierno para fijar sus propias fronteras, para ofrecer a la gente el universo iluminado por el sol de su propia visión. "Es casi tener ciertos tipos de secretos por un momento, cuando estás actuando”, pero quien fuera ridiculizada por su deseo de interpretar papeles serios.
Una mujer, la única, que fue capaz de proyectar la inocente sexualidad radiante de un ser de algún planeta no corrompido por la culpa, que se encontró a si misma considerada y promocionada como un vulgar símbolo de obscenidad y quien todavía tuvo el coraje de declarar: "Todos nacemos criaturas sexuales, gracias a Dios, pero es una pena que tanta gente desprecie y aplaste este regalo natural."
Una niña feliz, que estaba ofreciendo su logro al mundo con el orgullo de una grandeza autentica y del gatito que deposita un trofeo de caza a tus pies; que se encontró a si misma respondida por esfuerzos concertados de negar, de degradar, de ridiculizar, de insultar, de destruir sus logros; que fue incapaz de concebir que era castigada por lo mejor de ella, no por lo peor; que sólo podía presentir, con terror impotente, que estaba confrontando algún indecible tipo de mal.
¿Cuanto tiempo cree que un ser humano puede soportarlo?
Tal odio a los valores siempre ha existido en alguna gente, en cualquier era o cultura. Pero hace cien años, se hubiera esperado de ellos que lo escondan. Hoy está en todo nuestro alrededor; es el estilo y la moda de nuestro siglo.
¿Donde encontraría alivio de tal odio un espíritu hundiéndose?

El mal de una atmósfera cultural está hecho por todos aquellos que lo comparten. Cualquiera que haya una vez sentido resentimiento contra el bien por ser el bien y haya dado voz a éste, es el asesino de Marilyn Monroe.

Alegato de Howard.













Este alegato que en su propia defensa personal  hace Howard Roark en la novela el Manantial de Ayn Rand y que, posteriormente, fue llevada al cine con Gary Cooper como Howard, representa una chispa en el inicio de todo un camino iniciático en la búsqueda de la propia moral personal, la única posible, por cierto y que cada párrafo es como una losa, como un principio que a poco que uno sea capaz de pensar con auténtica objetividad te pone en el camino de toda una filosofía de la vida, una filosofía de la felicidad.
Todas las imágenes adjuntas, realizadas por mí,  están basadas en la película citada.

Miles de años atrás, un gran hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos. Seguramente se le considero un maldito que había pactado con el demonio. Pero, desde entonces, los hombres tuvieron fuego para calentarse, para cocinar, para iluminar sus cuevas. Les dejó un legado inconcebible para ellos y alejó la oscuridad de la Tierra. Siglos más tarde un gran hombre inventó la rueda. Probablemente fue atormentado en el mismo aparato que había enseñado a construir a sus hermanos. Seguramente se le consideró un trasgresor que se había aventurado por territorios prohibidos. Pero desde entonces los hombres pudieron viajar más allá de cualquier horizonte. Les dejó un legado inconcebible para ellos y abrió los caminos del mundo.
Ese gran hombre, el rebelde, está en el primer capítulo de cada leyenda que la humanidad ha registrado desde sus comienzos. Prometeo fue encadenado a una roca y allí devorado por los buitres, porqué robó el fuego a los dioses. Adán fue condenado al sufrimiento porque comió del fruto del árbol del conocimiento. Cualquiera sea la leyenda, en alguna parte en las sombras de su memoria, la humanidad sabe que su gloria comenzó con un gran hombre y que ese héroe pagó por su valentía.
A lo largo de los siglos ha habido hombres que han dado pasos en caminos nuevos sin más armas que su propia visión. Sus fines diferían, pero todos ellos tenían esto en común: su paso fue el primero, su camino fue nuevo, su visión fue trascendente y la respuesta recibida fue el odio. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos, inventores, enfrentaron solos a los hombres de su época. Todo nuevo pensamiento fue rechazado. Toda nueva invención fue rechazada. Toda gran invención fue condenada. El primer motor fue considerado absurdo. El avión imposible. El telar mecánico, un mal. A la anestesia se la juzgó pecaminosa. Sin embargo, los visionarios siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron por su grandeza. Pero vencieron.
Ningún creador estuvo impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, porque sus hermanos rechazaron siempre el regalo que les ofrecía, ya que ese regalo destruía la rutina perezosa de sus vidas. Su único móvil fue su verdad. Su propia verdad y su propio trabajo para concretarla a su manera: una sinfonía, un libro, una máquina, una filosofía, un aeroplano o un edificio; eso era su meta y su vida. No aquellos que escuchaban, leían, trabajaban, creían, volaban o habitaban lo que él realizaba. La creación, no sus usuarios. La creación, no los beneficios que otros recibían de ella. La creación que daba forma a su verdad. Él sostuvo su verdad por encima de todo y contra todos.
Su visión, su fuerza, su valor, provenían de su espíritu. El espíritu de un hombre es, sin embargo, su ego, esa entidad que constituye su conciencia. Pensar, sentir, juzgar, obrar son funciones del ego.
Los creadores no son altruistas. Ese es todo el secreto de su poder. Son autosuficientes, auto inspirados, auto generados. Una causa primigenia, una fuente de energía, una fuerza vital, un primer motor original. El creador no atiende a nada ni a nadie. Vive para sí mismo.
Y solamente viviendo para sí mismo, el creador ha sido capaz de realizar esas cosas que son la gloria de la humanidad. Tal es la naturaleza de la creación.
El hombre no puede sobrevivir, salvo mediante su propia mente. Llega desarmado a la Tierra. Su cerebro es su única arma. Los animales obtienen el alimento por la fuerza. El hombre no tiene garras, ni colmillos, ni cuernos, ni gran fuerza muscular. Debe cultivar su alimento o cazarlo. Para cultivar, necesita un proceso de su pensamiento. Para cazar, necesita armas y para hacer armas necesita de un proceso de pensamiento. Desde la necesidad más simple hasta la más alta abstracción religiosa, desde la rueda hasta el rascacielos, todo lo que somos y todo lo que tenemos procede de un solo atributo del hombre: la función de su mente razonadora.
Pero la mente es una propiedad individual. No existe tal cosa como un cerebro colectivo. No hay tal cosa como un pensamiento colectivo. Un acuerdo realizado por un grupo de hombres es sólo una negociación de principios o un promedio de muchos pensamientos individuales. Es una consecuencia secundaria. El acto primordial, el proceso de la razón, debe ser realizado por cada persona. Podemos dividir una comida entre muchos, pero no podemos digerirla con un estómago colectivo. Nadie puede usar sus pulmones para respirar por otro. Nadie puede usar su cerebro para pensar por otro. Todas las funciones del cuerpo y del espíritu son personales. No pueden ser compartidas ni transferidas. Heredamos los productos del pensamiento de otros. Heredamos la rueda. Hicimos un carro. El carro se transformó en automóvil. El automóvil ha llegado a ser un avión.
Pero a lo largo del proceso, aquello que recibimos de los demás es el producto final de su pensamiento. La fuerza que lo impulsa es la facultad creativa que toma ese producto como un material, lo usa y origina el siguiente paso. Esta facultad creativa no puede ser dada ni recibida, compartida, ni concedida en préstamo. Pertenece a un ser único y singular. Aquello que se crea es propiedad de su creador. Las personas aprenden una de otra, pero todo aprendizaje es solamente un intercambio de material. Nadie puede darle a otro la capacidad de pensar. Sin embargo, esa capacidad es nuestro único medio de supervivencia.
Nada nos es dado en la Tierra. Todo lo que necesitamos debe ser producido. Y aquí el ser humano afronta su alternativa básica, la de que puede sobrevivir en sólo una de dos formas: por el trabajo autónomo de su propia mente, o como un parásito alimentado por las mentes de los demás. El creador es original. El parásito es dependiente. El creador enfrenta la naturaleza a solas. El parásito enfrenta la naturaleza a través de un intermediario.
El interés del creador es conquistar la naturaleza. El interés del parásito es conquistar a los hombres.
El creador vive para su trabajo. No necesita de otros hombres. Su fin esencial está en sí mismo. El parásito vive de otros. Necesita de los demás. Los demás se convierten en su motivo principal
La necesidad básica del creador es la independencia. La mente que razona no puede trabajar bajo ninguna forma de coerción. No puede ser sometida, sacrificada o subordinada a ninguna consideración, cualquiera sea esta. Exige una independencia total en su función y en su móvil. Para un creador todas las relaciones con los hombres son secundarias.
La necesidad básica del parásito es asegurar sus vínculos con los hombres para que lo alimenten. Coloca las relaciones en primer lugar. Declara que el hombre existe para servir a los demás. Predica el altruismo.
El altruismo es la doctrina que exige que el hombre viva para los demás y coloque a los otros sobre sí mismo.
Pero nadie puede vivir para otro. No puede compartir su espíritu, como no puede compartir su cuerpo. El parásito se vale del altruismo como arma de explotación e invierte los principios morales del género humano. Les enseña a los hombres preceptos para destruir al creativo. Les enseña que la dependencia es una virtud.
Quien intenta vivir para los demás es un dependiente. Es un parásito en su motivación y hace parásitos a quienes sirve. La relación no produce más que una mutua corrupción. Es imposible conceptualmente. Lo que más se aproxima a ello en la realidad –el hombre que vive para servir a otros- es el esclavo. Si la esclavitud física es repulsiva, ¿cuánto más repulsivo es el servilismo del espíritu? El esclavo conquistado tiene un vestigio de honor, tiene el mérito de haber resistido y de considerar que su condición es mala. Pero aquel que se esclaviza voluntariamente, en nombre del amor, es la más baja de las criaturas. Degrada la dignidad humana y degrada el concepto de amor. Esta es la esencia del altruismo.
A los hombres se les ha enseñado que la virtud más alta no es crear, sino dar. Sin embargo, no se puede dar lo que no ha sido creado. La creación es anterior a la distribución, pues, de lo contrario, no habría nada que distribuir. La necesidad de un creador es previa a la de un beneficiario. No obstante, se nos ha enseñado a admirar al parásito que distribuye como regalos lo que no ha producido. Elogiamos un acto de caridad. Nos encogemos de hombros ante un acto de realización.
Se nos ha enseñado que la primera preocupación debe consistir en aliviar el sufrimiento de los demás. Pero el sufrimiento es una enfermedad. Si uno se la encuentra, intenta dar consuelo y asistencia. Hacer de eso el más alto testimonio de virtud es considerar al sufrimiento como lo más importante de la vida. Entonces el hombre debe desear ver sufrir a los demás para poder ser virtuoso. Tal es la naturaleza del altruismo. El creador no tiene interés en la enfermedad, sino en la vida. Sin embargo, la obra de los creadores ha eliminado una enfermedad tras otra, en el cuerpo y en el espíritu humanos, y ha producido más alivio para el sufrimiento que lo que cualquier altruista pueda jamás concebir.
Se nos ha enseñado que es una virtud estar de acuerdo con los otros. Mas el creador es alguien que disiente. Se nos ha enseñado que es una virtud nadar con la corriente. Pero el creador nada contra la corriente. Se nos ha enseñado que estar juntos constituye una virtud. Pero el creador está solo.
Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo de mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa. Esas son funciones del ego.
En esto la reversión de los valores básicos es más mortífera. Toda virtud ha sido pervertida y al hombre no se le ha dejado libertad alguna. Como polos del bien y del mal, se le ofrecieron dos concepciones: altruismo y egoísmo. El altruismo se define como el sacrificio del yo por los otros. El egoísmo, como el sacrificio de los otros por el yo….. Esto ató al hombre irrevocablemente a otros hombres y no le dejó más que una elección de dolor: su propio dolor en aras del bien de los demás, o el dolor de los demás en aras de su propio bien. Cuando se agregó la monstruosa idea de que el hombre debe encontrar felicidad en el sacrificio, la trampa quedó sellada. El hombre se vio forzado a aceptar el masoquismo como su ideal, con el sadismo como alternativa. Este es el fraude más terrible que se ha perpetrado en contra de la humanidad.
Este es el sacrificio por el cual la dependencia y el sufrimiento se perpetuaron como los fundamentos de la vida.
No se trata de elegir entre el auto sacrificio y dominación, sino entre independencia y dependencia. El código del creador o el código del parásito. Esta es la cuestión básica, cuestión que descansa sobre la opción de la vida o la muerte. El código del creador está construido sobre las necesidades de la mente que razona y que permite al hombre sobrevivir. El código del parásito está construido sobre las necesidades de una mente incapaz de sobrevivir. Todo lo que procede del ego independiente es bueno. Todo lo que procede del parásito dependiente es malo.
El verdadero egoísta no es quien sacrifica a los demás. Es el que no tiene necesidad de usar a los demás de ninguna forma. No obra por medio de ellos. No está interesado en ellos en ningún aspecto fundamental. Ni en su objeto, ni es su móvil, ni en su pensamiento, ni en su deseo, ni en la fuente de su energía. El verdadero egoísta no vive para ninguna otra persona y no le pide a nadie que viva para él. Esta es la única forma de fraternidad y de respeto mutuo posible entre los seres humanos.
Los grados de capacidad varían, pero el principio básico es siempre el mismo: la medida de la independencia de alguien, su iniciativa y su amor por su trabajo determinan su talento y su valor. La independencia es la regla para evaluar la virtud y el valor humano. Lo que vale es lo que el hombre es y hace de sí mismo, no lo que haya o no haya hecho por los demás. No hay sustitutos para la dignidad personal. No hay más parámetro de la dignidad personal que la independencia.
En las relaciones adecuadas no hay sacrificio de nadie hacia nadie. Un arquitecto necesita clientes, pero no subordina su obra a los deseos de ellos. Ellos lo necesitan, pero no le encargan una casa sólo para darle trabajo. Las personas comercian por libre y mutuo consentimiento, y en beneficio mutuo, cuando sus intereses coinciden y ambos desean el intercambio. Si alguno no lo desea, no está obligado a tratar con el otro, entonces ambos siguen buscando. Esta es la única forma posible de relación entre iguales. Cualquier otra es una relación de esclavo y amo, de víctima y verdugo.
Ningún trabajo se hace colectivamente por la decisión de una mayoría. Todo trabajo creativo se realiza bajo la guía de un único pensamiento individual. Un arquitecto necesita muchos hombres para levantar un edificio, pero no les pide que sometan a votación su diseño. Trabajan juntos por libre acuerdo y cada uno es libre en su función respectiva. Un arquitecto emplea acero, cristal y cemento que otros han producido. Pero esos materiales siguen siendo sólo acero, cristal y cemento hasta que él los utiliza. Lo que él hace con ellos es su producto y su propiedad como individuo. Esta es la única forma de cooperación entre los hombres.
El primer derecho en la Tierra es el derecho al ego. El primer deber del hombre es para consigo mismo. Su ley moral consiste en nunca hacer de los demás su objetivo principal. Su obligación moral es hacer lo que él desee, siempre que su deseo no dependa primordialmente de los demás. Esto incluye las acciones del creador, el pensador y el verdadero trabajador. Pero no incluye las del gángster, el altruista y el dictador.
Una persona piensa y trabaja sola. Pero no puede robar, explotar ni gobernar sola. El robo, la explotación y el gobierno presuponen la existencia de víctimas. Implican dependencia. Corresponden a la jurisdicción del parásito.
Los que gobiernan no son egoístas. No crean nada. Existen, enteramente, a través de los demás. Su fin está en sus súbditos, en la actividad de esclavizar. Son tan dependientes como el mendigo, el trabajador social o el bandido. La forma de dependencia carece de importancia.
Pero se nos ha enseñado a considerar a los parásitos, tiranos, emperadores y dictadores, como los exponentes del egoísmo. Mediante este fraude fuimos obligados a destruir al ego, a nosotros mismos y a los demás. El propósito del fraude fue destruir a los creadores, o someterlos, que es lo mismo.
Desde el principio de la historia, los dos antagonistas han estado frente a frente: el creador y el parásito. Cuando el antiguo creador inventó la rueda, el antiguo parásito respondió inventando el altruismo.
El creador, negado, combatido, perseguido, explotado, continuó, siguió adelante y guió a toda la humanidad con su energía. El parásito no contribuyó en nada, más allá de los obstáculos. La contienda tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.

El bien común de una colectividad, una raza, una clase, un Estado, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre los hombres. Los mayores horrores de la historia han sido cometidos en nombre de móviles altruistas. ¿Acaso alguna vez algún acto de generosidad altruista ha igualado a todas las carnicerías perpetradas por los discípulos del altruismo? ¿El defecto reside en la hipocresía humana, o en la naturaleza del principio? Los carniceros más temibles han sido los más sinceros. Creían en la sociedad perfecta alcanzada mediante la guillotina y el pelotón de fusilamiento. Nadie cuestionó su derecho a asesinar, porque asesinaban con un propósito altruista. Se aceptó que el hombre debe ser sacrificado por otros hombres. Cambian los actores, pero el curso de la tragedia se mantiene idéntico: un humanitario que empieza con declaraciones de amor hacia la humanidad y termina con un mar de sangre. Continúa y continuará mientras los hombres crean que una acción es buena si no es egoísta. Eso permite que el altruista actúe y obliga a su víctima a soportarlo. Los líderes de los movimientos colectivistas no piden nada para sí mismos pero miren los resultados.

Ayn Rand

miércoles, 25 de marzo de 2015

Solaria











   El Conjunto Solaria desarrollado en el Polígono Macondo de Cáceres ha sido un escaso paradigma de esos proyectos ideales con los que un arquitecto se encuentra realmente cómodo haciendo su trabajo.
   El cliente me pidió, a secas, que hiciese un proyecto con las condiciones que establecía la normativa del polígono y que, como sabía de mí por las obras realizadas, no me imponía ninguna condición más que la que el producto resultante fuera vendible, pero que le habían indicado que era mejor que no me dijese nada más, que hiciera aquello que deseaba hacer para aquel lugar y en aquella parcela.
   Puedo asegurar que pocas veces tiene uno esta oportunidad de hacer su trabajo bajo estas premisas, por un lado el lugar, un polígono sobre el que un par de años antes habíamos hecho el Plan Parcial mi compañero Miguel Madera y yo con un máximo de grados de libertad para el diseñador. Pero también esas condiciones son exactamente aquellas en las que te enfrentas con un papel en blanco y sólo tienes tu cerebro para arrancar de él la primera línea.
   El grado de responsabilidad que uno encuentra en esos momentos al tiempo de dulce es mortalmente delicado. No tienes a nada ni a nadie en quien basarte, sólo te tienes a ti mismo. No es bueno ni sano adoptar ningún hallazgo de otro compañero, estás tú y el papel y sólo tienes los sueños, y tu imaginación para avanzar. Es como si de repente te soltaran en el espacio, aislado del mundo y no puedes asirte de nada, no tienes a nada más, tú y tu cerebro…es la esencia de la creación.
   Así es que me puse manos a la obra, al fin y al cabo, las directrices sujeridas por el Plan Parcial que habíamos hecho marcaban una especie de tendencia que yo quería desarrollar.
   Y asi lo hice.
   El resultado está en esas imágenes.

jueves, 19 de marzo de 2015

Un Plan en libertad



En realidad reconozco que me es muy dificil trabajar con otros arquitectos, porque la idea primigenia de cualquier desarrollo humano y la Arquitectura es uno de ellos, siempre parte de un único cerebro y es muy difícil encontrar otra persona con similares inquietudes o ideas. En general, cuando por circunstancias he tenido que hacerlo, unas veces acepto la idea primera de mi compañero y todo lo más intento ayudar reforzándola, entendiéndola y procurando desarrollarla y otras veces sólo pido a mi compañero que sobre mi idea haga lo mismo, en resumidas cuentas, entiendo que uno es el elemento motor y los demás pueden ser colaboradores en desarrollo de esa idea. Lo contrario siempre, bajo cualquier circunstancia deviene en desastre.
El Plan Parcial de Macondo en Cáceres puede ser un paradigma casi de lo contrario que acabo de exponer. El trabajo se nos encargó a mi buen amigo y extraordinario profesional Miguel Madera y a mi y desde el principio entendí que aquello podía suponer una enorme dificultad. Sin embargo, fuimos capaces de desarrollar a costa de tardes enteras de mera charla fundamentada en análisis filosóficos sobre el asunto que nos habían encargado, de llegar a acuerdos sobre los que ambos nos posicionamos poco a poco. Unas veces uno podía llegar a entender el punto de vista del otro y los aceptaba y otras se trataba de defender una línea roja infranqueable.
Comprendimos que el diseño urbano debería ser lo más libre posible, estableciendo las condiciones mínimas para hacer factible el desarrollo, las comunicaciones, el disfrute de las zonas libres, los paseos peatonales y con respecto a los futuribles edificios a desarrollar, establecer las mínimas condiciones como para hacer factible el conjunto urbano, bajo normas superiores infranqueables, pero buscando todos los grados de libertad posible que nos permitían esas brutales normas urbanísticas que había que cumplir.
El resultado es el Polígono de Macondo en Cáceres en el que en medio de grandes parcelas y con un par de condiciones apenas, alturas y edificabilidad, los futuros compañeros que proyectasen los edificios podían desarrollar la arquitectura que quisieran, pudieran o su cerebro fuera capaz de generar.
Tiempo después, y a modo de anécdotas sobre el desarrollo del polígono hube de diseñar uno de los primeros bloques, presentamos en el Ayuntamiento el Proyecto y tras tres meses sin comunicación alguna por parte de los técnicos municipales, me puse en contacto con ellos. Me indicaba el técnico que como no encontraba en el Plan parámetros habituales en otros planes, como el fondo edificable máximo, las alineaciones obligatorias y demás estupideces habituales, que no sabía qué contestar. Mi respuesta fue: “- a lo mejor es que si no están esas definiciones en el Plan es que no existen en este ámbito”, o de otra forma, que lo que la norma no impone es que no existe como mandato, es decir que es libre totalmente uno de disponer la edificación desntro de aquellas parcelas. Con un corto escrito por mi parte se obtuvo licencia de obras, si no es por esta charla, aún el técnico andaría perdido entre sus neuronas colectivizadoras y reguladoras de lo no regulado.
El nombre del polígono es idea de Miguel y está basado en el de la mítica ciudad de la novela Cien años de soledad de García Marquez. También a modo de anécdota, un buen día se me presenta en mi despacho un agente de la propiedad inmobiliaria para indicarme que la propiedad la había encargado la venta de uno de los bloques que diseñé allí y me dijo:

-          Cuando ví el nombre del polígono, pensé que tenía que hacer lo indecible para vender yo este edificio, mi agencia se llama Inmobiliaria García Márquez…

miércoles, 18 de marzo de 2015

De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades




Una máxima colectivista habitual, que enunciada tal cual atrae a muchos en una primera lectura, salvo que sean conscientes de la verdadera dureza y fondo exacto de la proposición. Ayn Rand en la novela “La Rebelión de Atlas” pone a jugar a los personajes considerando esa máxima : “De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades”…nada es más duro nada más antihumano, he aquí un extracto del texto de la novela en donde se explicitan sólo algunas consecuencias.

Extracto de la Rebelión de Atlas ( Ayn Rand):

-En la fábrica donde trabajé veinte años ocurrió algo extraño. Fue cuando el viejo murió y se hicieron cargo sus herederos. Eran tres: dos hijos y una hija que pusieron en práctica un nuevo plan para dirigir la empresa. Nos dejaron votar y todo el mundo, o casi todo el mundo, lo hizo favorablemente, porque no sabíamos en realidad de qué se trataba. Creíamos que ese plan era bueno, o mejor dicho, pensamos que se esperaba de nosotros que lo creyésemos bueno. Consistía en que cada empleado en esa fábrica trabajaría según su habilidad o destreza, y sería recompensado de acuerdo a sus necesidades. Nosotros... pero ¿qué le ocurre, señora? ¿Por qué me mira de ese modo?
-¿Cómo se llamaba esa fábrica? – preguntó Dagny con voz apenas perceptible.
-Twentieth Century Motor Company, señora. En Starnesville, Wisconsin.
-Continúe.
-Votamos por el plan en una gran reunión a la que asistimos unos seis mil, es decir, todos los que trabajábamos allí. Los herederos de Starnes pronunciaron largos discursos, no demasiado claros, pero nadie hizo preguntas. Ninguno estaba seguro de cómo funcionaría ese plan, pero todos pensábamos que nuestros compañeros lo habían comprendido. Si alguien tenía dudas al respecto, se sentía culpable y debía mantener la boca cerrada, porque todo aquel que se opusiera al plan hubiese parecido un desalmado, al que no era justo considerar humano. Nos dijeron que aquel plan significaba la concreción de un ideal muy noble. ¿Cómo íbamos a pensar lo contrario? ¿No habíamos oído decir durante toda nuestra vida, a nuestros padres y maestros, y a los pastores religiosos, leído en todos los periódicos y visto en todas las películas, y escuchado en todos los discursos públicos que aquello era recto y justo? Quizá nuestra conducta en la reunión podía ser comprensible hasta cierto punto. Votamos por el plan, y conseguimos lo previsto. Usted sabe, señora, que quienes trabajamos durante los cuatro años del plan en la fábrica Twentieth Century somos hombres marcados. ¿Qué se supone que es el infierno? Maldad, pura y simple, ¿verdad? Pues bien, eso es lo que vimos allí y lo que ayudamos a construir. Creo que estamos condenados por eso y quizá no se nos perdone nunca...
"¿Sabe cómo funcionó aquel plan y cuáles fueron sus efectos en nosotros? – continuó explicando el vagabundo –. Es como verter agua en un depósito en cuya parte inferior hay un caño por el que se vacía con más rapidez de la que usted lo llena y cada balde que echa dentro ensancha ese desagüe cada vez más, entonces cuanto más uno duramente trabaja, más se le exige; primero trabaja cuarenta horas semanales, luego cuarenta y ocho, y, más tarde, cincuenta y seis, para pagar la cena del vecino, la operación de su mujer, el sarampión del niño, la silla de ruedas de su madre, la camisa de su tío, la educación de su sobrino, o para el niño que ha nacido en la casa de al lado, o el que va a nacer; en fin para cuantos lo rodean, y que han de recibirlo todo, desde pañales a dentaduras postizas, mientras uno trabaja desde el amanecer hasta la noche, un mes tras otro y un año tras otro, sin tener más para mostrarles a esas personas que el propio sudor, sin otra expectativa que la complacencia de los demás para el resto de su vida, sin descanso, sin esperanza, sin fin... De cada uno según sus capacidades, para cada uno de acuerdo con sus necesidades...
"Nos dijeron que formábamos una gran familia, que todos participábamos en la empresa juntos, pero no todos trabajábamos ante la luz de acetileno diez horas diarias, ni padecíamos a la vez un dolor de vientre. ¿Cómo establecer, de un modo exacto, la capacidad de unos y las necesidades de otros? Cuando todo se hace en común, no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades, ¿verdad? Si lo hace, pronto acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es cierto. ¿Por qué no? Si no tengo derecho a tener un auto, hasta que caiga en una sala de hospital por haber trabajado para proporcionarle un coche a cada holgazán y a cada salvaje del mundo, ¿por qué no puede exigirme también un yate, si aún sigo de pie, si no he colapsado? ¿No? ¿Por qué no? Y entonces, ¿por qué no exigirme también que prescinda de la crema de mi café, hasta que él haya podido pintar su habitación...? ¡Oh, bien!... Acabamos decidiendo que nadie tenía derecho a juzgar sus propias necesidades o sus propias convicciones, y que era mejor votar sobre ello. Sí, señora, votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿De qué otro modo podíamos hacerlo? ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como una ganancia lícita, nadie tenía derechos ni sueldos, su trabajo no le pertenecía sino que pertenecía a ‘la familia’, mientras que ésta nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias ‘necesidades’, es decir, suplicar en público un alivio a las mismas, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que ‘la familia’ le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque eran las miserias y no el trabajo lo que se había convertido en la moneda de aquel reino, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno reclamaba que su necesidad eran peor que la de sus hermanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Quiere saber lo que ocurrió? ¿Quiere saber quiénes mantuvieron la calma, sintiendo vergüenza y quiénes se aprovecharon de la situación?
"Pero eso no fue todo. En la misma reunión se descubrió otra cosa. La producción de la fábrica había disminuido en 40 por ciento en el primer semestre, y se llegó a la conclusión que alguien no había trabajado ‘de acuerdo con su destreza o capacidad’. ¿Quién era? ¿Cómo averiguarlo? La ‘familia’ votó también sobre eso. Así se determinó quiénes eran los más capacitados, y a éstos se los sentenció a trabajar horas extra cada noche durante los siguientes seis meses. Horas extras sin paga, porque no se pagaba por el tiempo trabajado, ni por la tarea realizada, sino tan sólo según las necesidades.
"¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? ¿Y en qué clase de seres nos fuimos convirtiendo, los que alguna vez habíamos sido seres humanos? Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para ‘la familia’ no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos, sino que nos castigarían? Sabíamos que si un sinvergüenza arruinaba un grupo de motores, originando gastos a la compañía, ya fuese por descuido o por incompetencia, seríamos nosotros los que pagaríamos esos gastos con horas extra y trabajando hasta los domingos. Por eso, nos esforzamos en no sobresalir en ningún aspecto.
"Recuerdo a un joven que empezó lleno de entusiasmo por ese noble ideal, un muchacho brillante, sin estudios, pero con una inteligencia asombrosa. El primer año ideó un plan de trabajo que nos ahorró miles de horas-hombre y lo entregó a ‘la familia’, sin pedir nada a cambio, aunque tampoco hubiera podido hacerlo. Se portó como creía correcto, lo hacía por el ideal, según dijo. Pero cuando en una votación lo declararon el más inteligente de todos, y lo sentenciaron a trabajar de noche porque no habíamos conseguido extraerle aún lo suficiente, cerró la boca y el cerebro. Le aseguro que el segundo año no aportó ninguna idea nueva.

"¿Qué era eso que siempre nos habían dicho acerca de la competencia descarnada del sistema de ganancias, donde los hombres debían competir por ver quién realizaba mejor trabajo que sus colegas? ¿Cruel, no es así? Deberían haber visto lo que ocurría cuando todos competíamos por realizar el trabajo lo peor posible. No existe medio más seguro para destruir a un hombre, que ponerlo en una situación en la que no sólo desee no mejorar, sino que, además, día tras día se esfuerza en cumplir peor sus obligaciones. Dicho sistema acaba con él mucho antes que la bebida o el ocio, o el vivir haciendo malabares para tener una existencia digna. Pero no podíamos hacer otra cosa, estábamos condenados a la impotencia. La acusación que más temíamos era la de resultar sospechosos de capacidad o diligencia. La habilidad era como una hipoteca insalvable sobre uno mismo. ¿Para qué teníamos que trabajar? Sabíamos que el salario básico se nos entregaría del mismo modo, trabajáramos o no, recibiríamos la ‘asignación para casa y comida’, como se la llamaba, y más allá de eso no había chances de recibir nada, sin importar el esfuerzo. No podíamos planear la compra de un traje nuevo para el año siguiente porque quizá nos entregarían una ‘asignación para vestimenta’, o quizá no. Dependía de si alguien no se rompía una pierna, necesitaba una operación o traía al mundo más niños, y si no había dinero suficiente para adquirir ropas nuevas para todos, no lo habría para nadie.
"Recuerdo a cierto hombre que había trabajado duramente toda su vida porque siempre había querido que su hijo fuera a la universidad. Bueno, el muchacho terminó la secundaria durante el segundo año del plan, pero ‘la familia’ no quiso entregar al padre ninguna asignación para que siguiera sus estudios. Dijeron que su hijo no podía ir a la universidad hasta que hubiera suficiente dinero para que los hijos de todos pudieran hacerlo. El padre murió al año siguiente en una riña de bar. Una pelea sobre nada en particular, en la que salieron a relucir navajas. Ese tipo de altercados se estaban haciendo muy frecuentes entre nosotros.
"También, había un viejo viudo y sin familia que tenía una afición: los discos fonográficos. Creo que era todo cuanto pudo desear conseguir de la vida. En otros tiempos solía ahorrar en comida para poder comprar algún disco nuevo de música clásica. Pues bien: no le dieron "asignación" para discos por considerarlo ‘un lujo personal’ pero durante esa misma reunión, una niña fea y desagradable, de ocho años, llamada Millie Bush, que era la hija de alguno, consiguió que votaran para comprarle un par de aparatos de oro para sus dientes, porque se trataba de una ‘necesidad médica’ según el psicólogo que consideró que sino se enderezaban sus dientes, la niña tendría un complejo de inferioridad. El viejo amante de la música se dio a la bebida, hasta tal punto que rara vez lo veíamos sobrio. Pero había algo que no podía olvidar. Cierta noche, mientras se tambaleaba por una calle, vio a Millie Bush y empezó a darle puñetazos hasta dejarla sin un diente, ni uno solo.
"La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar. ¿Accesorios de pesca? ¿Escopetas de caza? ¿Cámaras fotográficas? No existían asignaciones para ese tipo de pasatiempos. La ‘diversión’ fue lo primero que quedó descartado.
"¿Es que acaso no se supone que uno debe avergonzarse por cuestionar cuando alguien nos pide que dejemos algo que nos da placer? Hasta nuestra ‘asignación para cigarrillos’ quedó reducida a dos paquetes mensuales, porque, según dijeron, el dinero debía usarse para comprar leche para los niños. La producción de niños fue la única que no disminuyó, sino que, por el contrario, se hizo cada vez mayor. La gente no tenía otra cosa que hacer y, por otra parte, no tenían por qué preocuparse, ya que los niños no eran una carga para ellos, sino para ‘la familia’. En realidad, la mejor posibilidad para obtener un respiro durante algún tiempo, era una ‘asignación infantil’, o una enfermedad grave.
"Pronto nos dimos cuenta de cómo funcionaba aquello. Quien quisiera jugar limpio, tenía que privarse de todo, perder el gusto por los placeres, aborrecer fumar o masticar chicle, preocupado de que hubiese alguien que necesitara más esas monedas. Sentía vergüenza de la comida que tragaba, preguntándose quién la habría pagado con sus horas extras, pues sabía que esa comida no era suya por derecho propio y prefería ser engañado antes que engañar. Podía aprovecharse, pero no hasta el punto de chupar la sangre de otro. No se casaba ni ayudaba en sus hogares para no ser una nueva carga para ‘la familia’. Además, si conservaba cierto sentido de la responsabilidad, no podía casarse y tener hijos, puesto que no le era posible planear, prometer, ni contar con nada. Pero los desorientados y los irresponsables se aprovecharon. Trajeron niños al mundo, se casaron, y trajeron consigo a todos los indignos parientes que tenían en todo el país, y a cada hermana soltera que quedaba embarazada y con el fin de obtener ‘asignaciones por incapacidad’, contrajeron más enfermedades de las que cualquier médico podía atender, arruinaron sus ropas, sus muebles y sus casas, pero ¡qué importaba!: ‘la familia’ pagaba todo. Así, encontraron más modos de tener ‘necesidades’ que los que nadie hubiera podido imaginar, desarrollaron una habilidad especial para eso, la única habilidad que mostraban.
"¡Por Dios, señora! ¿Se da cuenta de lo que sucedió? Se nos había dado una ley con la cual vivir y que llamaban ley moral, que castigaba a quienes la cumplían. Cuanto más tratábamos de vivir de acuerdo con esa ley, más sufríamos y cuando más la burlábamos, mayores recompensas obteníamos. La honestidad era una herramienta entregada a la deshonestidad ajena. Los honestos pagaban, mientras los deshonestos cobraban. El honesto perdía y el deshonesto ganaba. ¿Cuánto tiempo puede un ser humano permanecer bueno con semejante ley? Éramos un buen grupo de personas decentes al principio. No había demasiados oportunistas entre nosotros. Conocíamos bien nuestra tarea, nos sentíamos orgullosos de ella, y trabajábamos para la mejor fábrica del país, propiedad del viejo Starnes, que sólo admitía en su plantel a los más selectos obreros. Al cabo de un año del nuevo plan, no quedaba entre nosotros ni una sola persona decente. Aquello era maldad, la clase de maldad horrible e infernal con la que los predicadores solían asustarnos, pero que uno nunca imaginamos que existiera. No es que el plan haya incentivado a algunos cuantos bastardos, sino que transformó a la gente decente en cretinos, sin que se pudiera obrar de otra manera... ¡y a eso llamaban ideal moral!
"¿Para qué habríamos de desear trabajar? ¿Por amor a nuestros hermanos? ¿Qué hermanos? ¿Para los aprovechadores, los sinvergüenzas, los holgazanes que veíamos a nuestro alrededor? Si eran simuladores o incompetentes, si no querían trabajar o estaban incapacitados para hacerlo, ¿qué nos importaba a nosotros? Si quedábamos reducidos para toda la vida al nivel de su capacidad, fingida o real, ¿para qué preocuparnos? No teníamos manera de saber cuáles eran sus verdaderas condiciones, carecíamos de medios para controlar sus necesidades. Lo único que se sabía era que estábamos convertidos en bestias de carga, luchando ciegamente, en un lugar que era mitad hospital, mitad almacén, sin marchar hacia ningún objetivo, excepto la incompetencia, el desastre y las enfermedades. Éramos bestias colocadas allí como instrumentos de aquél que quisiera satisfacer las necesidades de otro.
"¿Amor fraternal? Fue allí cuando aprendimos a aborrecer a nuestros hermanos por primera vez en la vida. Los odiábamos por todas las comidas que ingerían, por los pequeños placeres que disfrutaban, por la nueva camisa de uno, el sombrero de la esposa de otro, una salida familiar, o la pintura de la casa, porque todo eso nos era quitado a nosotros, era pagado con nuestras privaciones, nuestras renuncias y nuestro hambre. Empezamos a espiarnos unos a otros, con la esperanza de sorprendernos en alguna mentira acerca de nuestras necesidades y disminuir las asignaciones en la próxima reunión. Y empezamos a servirnos de espías, que informaban acerca de los demás, revelando, por ejemplo, si alguien había comido pavo el domingo, posiblemente pagado con el producto de apuestas. Empezamos a meternos en las vidas ajenas, provocamos peleas familiares para lograr la expulsión de algún intruso. Cada vez que veíamos a alguno saliendo en serio con una chica, le hacíamos la vida imposible, y así arruinamos numerosos compromisos matrimoniales, porque no queríamos que nadie se casara, no queríamos más gente a la que alimentar.
"En los viejos tiempos, el nacimiento de un niño era celebrado con entusiasmo y generalmente ayudábamos a las familias a pagar sus facturas de la clínica si estaban apretadas. Pero luego, cuando nacía un niño, estábamos varias semanas sin dirigirle la palabra a sus padres. Para nosotros, los niños eran como las langostas para los agricultores. En otras épocas ayudábamos a quien tuviera enfermos en su casa, pero luego... Voy a contarle un solo caso. Se trataba de la madre de un hombre que llevaba con nosotros quince años. Era una anciana afable, alegre e inteligente, que nos llamaba por nuestros nombres de pila, y con la que todos solíamos simpatizar. Un día se cayó por la escalera del sótano, y se fracturó la cadera. Sabíamos lo que eso significaba, a su edad, y el médico dijo que tenía que ser internada en un hospital de la ciudad para someterla a un tratamiento costoso y prolongado. La anciana murió la noche antes de ser traslada a la ciudad para su internación. Nunca se pudo establecer la causa de su fallecimiento. No sé si fue asesinada, nadie lo dijo, nadie hablaba del tema. Todo cuanto sé es que... y esto es lo que no puedo olvidar... es que yo también deseé que muriera. ¡Que Dios nos perdone! Tal era la hermandad, la seguridad, la abundancia que se suponía que el famoso plan nos iba a brindar.
"¿Qué motivo había para que se predicara esta clase de horror? ¿Sacó alguien algún provecho de todo esto? Sí, los herederos de Starnes. No vaya usted a contestarme que sacrificaron una fortuna y que nos entregaron la fábrica como regalo, porque también en esto nos engañaron. Es verdad que entregaron la fábrica, pero los beneficios, señora, dependen de aquello que se quiere conseguir. Y no había dinero en el mundo que pudiese comprar lo que los herederos de Starnes buscaban porque el dinero es demasiado limpio e inocente para tal cosa.
"El más joven, Eric Starnes, era un sometido, sin valor ni energía para hacer nada en especial. Resultó electo director del departamento de Relaciones Públicas que no hacía nada y tenía a sus órdenes a un personal ocioso, por lo cual no tenía por qué quedarse en la oficina. Su paga, en realidad no debería llamarla así, porque no se ‘pagaba’ a nadie... la limosna que se votó para él, era muy modesta, algo así como diez veces mayor que la mía, pero a Eric no le importaba el dinero, porque no hubiera sabido qué hacer con él. Pasaba el tiempo entre nosotros, demostrándonos su compañerismo y su espíritu democrático. Le encantaba que la gente le demostrase afecto. Su mayor empeño consistía en recordarnos a cada instante que nos habían dado la fábrica. Ya no podíamos soportarlo.
"Gerald Starnes era nuestro director de producción. Nunca pudimos averiguar la medida de su rastrillaje de ganancias, pero hubiéramos necesitado todo un equipo de contadores y otro de ingenieros para saber de qué modo todo aquel dinero pasaba por una tubería directa o indirectamente a su despacho. Sin embargo, nada figuraba como beneficio particular, sino como medios con los que pagar los gastos de la compañía. Gerald tenía tres automóviles, cuatro secretarias y cinco teléfonos, y solía organizar fiestas con champán y caviar, que ningún gran magnate que pagara impuestos en el país podía permitirse. Gastó más dinero en un año que el que ganó su padre en los dos últimos de su vida. En su despacho encontramos unos cuarenta kilos de revistas, llenas de artículos sobre nuestra fábrica y nuestro noble plan, con grandes retratos de Gerald Starnes, en los que se lo mencionaba como un ‘gran paladín social’. Por la noche le gustaba entrar en las tiendas vestido de etiqueta, con gemelos de brillantes, del tamaño de monedas, desparramando la ceniza de su puro por doquier. Un bruto con plata que no tiene otra cosa que exhibir aparte de su dinero, ya es un tipo desagradable, pero al menos no necesita mostrar que el dinero es suyo y uno puede contemplarlo con la boca abierta si lo desea. Pero cuando un bastardo como Gerald Starnes se exhibe de ese modo y declara una y otra vez que no le preocupa la riqueza material y que sólo sirve a ‘la familia’, que todos aquellos lujos no son para él sino en beneficio del bien común porque es preciso mantener el prestigio de la firma y del noble plan de la misma... entonces es cuando uno aprende a aborrecer a esos seres como nunca se ha aborrecido a ningún ser humano.
"Pero su hermana Ivy era peor. A ella realmente no le importaba la riqueza material. La asignación que recibía no era mayor que la nuestra, y siempre iba con zapatos chatos y faldas simples y camisas, con el fin de demostrar su indiferencia. Era directora de Distribución, a cargo de nuestras necesidades, la que, en realidad, nos tenía agarrados del cuello. Se suponía que la distribución se realizaba por votación, por la voz de la gente, pero cuando la gente son seis mil voces roncas que tratan de decidir sin ningún criterio, medida o razón, cuando no existen reglas y cada uno puede pedir lo que quiera sin tener derecho a nada, cuando cada cual ejerce el derecho sobre la vida ajena pero no sobre la suya, todo acaba como efectivamente terminó: Ivy Starnes acabó siendo la voz del pueblo. Al finalizar el segundo año, abandonamos aquella farsa de las ‘reuniones de familia para proteger la eficacia productora y economizar tiempo’, que solían durar diez días, y todas las peticiones fueron enviadas directamente a la oficina de la señorita Starnes. No, no eran enviadas. Mejor dicho, cada peticionante en persona debía presentarse allí y ella elaboraba una lista de distribución que nos leía en una reunión que duraba tres cuartos de hora. Luego votábamos. Había diez minutos para la discusión y las objeciones, pero no formulábamos ninguna, para ese tiempo ya nos habíamos dado cuenta. Nadie puede dividir la renta de una fábrica entre miles de obreros, sin una norma con que medir el valor de la gente. La de la señorita Ivy era la adulación a su persona. ¿Desinteresada? En los tiempos de su padre todo su dinero no le hubiera permitido hablar al tipo más bajo de su empresa en el modo como ella solía hablarles a nuestros más hábiles obreros y a sus esposas. Tenía unos ojos pálidos, vidriosos, fríos y muertos. Si se quería conocer la maldad absoluta, bastaba con observar cómo resplandecían sus ojos cuando alguien le respondía a un cuestionamiento para entonces ya no recibir más que la "asignación básica". Al observar aquello, comprendíamos el motivo real de quienes fueran capaces de apreciar la consigna: ‘De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades’.
"Allí residía el secreto de todo. Al principio no dejaba de preguntarme cómo era posible que hombres educados, justos y famosos, pudieran cometer un error semejante y presentar como buena tal abominación, cuando cinco minutos de reflexión les hubieran indicado lo que sucedería en caso de que alguien pusiera en práctica semejante idea. Ahora comprendo que no obraron así por error, porque errores de este tamaño no se cometen nunca inocentemente. Cuando alguien se hunde en alguna forma de locura, imposible de llevar a la práctica con buenos resultados, sin que exista, además, razón que la explique, es porque tiene motivos que no quiere revelar. Y nosotros no éramos tampoco tan inocentes cuando votamos a favor del plan, en la primera reunión. No lo hicimos sólo porque creyéramos que la vieja y empalagosa farsa que nos presentaban fuera buena. Teníamos otro motivo, pero la farsa nos ayudó a ocultarlo de nuestros vecinos y de nosotros mismos. La farsa nos daba una posibilidad de hacer pasar como virtud algo de lo que nos hubiéramos avergonzado. Ninguno votó sin pensar que dentro de una organización de tal clase participaría en los beneficios de quienes eran más hábiles que él. Nadie se consideró lo bastante rico y listo para no creer que alguien lo sobrepasaría, y este plan lo participaría de la riqueza y la inteligencia ajenas. Pero pensando conseguir beneficios de quienes estaban por encima, olvidamos que había seres inferiores, que buscaban lo mismo de nosotros, olvidamos a los inferiores que tratarían de explotarnos del mismo modo que cada uno intentaría explotar a sus superiores. El obrero impulsado por la idea de que sus necesidades le daban derecho a un automóvil como el de su jefe, olvidó que todo pordiosero y vagabundo de la tierra empezaría a exigir un refrigerador como el del obrero. Ése fue nuestro motivo real cuando votamos. Tal es la verdad pero no nos gustaba reconocerlo y cuanto más lo lamentábamos, más alto gritábamos nuestro amor hacia el bien común.
"Conseguimos lo que nos habíamos propuesto, pero cuando nos dimos cuenta de lo que aquello representaba, ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados, sin lugar adónde huir. Los mejores de entre nosotros abandonaron la fábrica en la primera semana del plan. Así perdimos a los mejores ingenieros, supervisores, capataces y obreros especializados. Todo el que se respete no quiere verse convertido en vaca lechera de la comunidad. Algunos intentaron impedir el proyecto, pero no lo consiguieron. Los hombres huían de la fábrica como de una zona infectada, hasta que no quedaron más que los necesitados, sin habilidad ni condiciones.
"Si algunos de nosotros, dotados de ciertas cualidades, optamos por quedarnos, fue porque llevábamos allí muchos años. En los viejos tiempos, nadie renunciaba a Twentieth Century y no podíamos hacernos a la idea de que aquellas condiciones ya no existieran más. Transcurrido algún tiempo, nos fue imposible marcharnos, porque ningún otro empresario nos habría admitido, y no se los puede culpar. Nadie, ninguna persona respetable, quería tratar con nosotros. Los dueños de las tiendas donde comprábamos empezaron a abandonar Starnesville a toda prisa, hasta que no nos quedaron más que los bares, las salas de juego y algunos comerciantes estafadores y aprovechadores, que nos vendían bazofia a precios exorbitantes. Nuestras asignaciones fueron perdiendo valor a medida que aumentaba el costo de vida. En la empresa, la lista de los necesitados se fue estirando, al tiempo que la de sus clientes se acortaba. Cada vez era menor la riqueza a dividir entre más y más gente. En los viejos tiempos solía decirse que Twentieth Century Motors era una marca tan buena como el oro. No sé qué pensarían los herederos de Starnes si es que pensaban algo, pero tengo la impresión de que, igual que todos los planificadores sociales y los salvajes insensatos, estaban convencidos de que aquella marca era en sí misma una especie de emblema mágico dotado de un poder sobrenatural que los mantendría ricos, igual que a su padre. Pero cuando nuestros clientes empezaron a notar que nunca lográbamos entregar un pedido a tiempo, y que siempre había algún defecto en los que entregábamos, el mágico emblema empezó a operar en sentido inverso: la gente no aceptaba un motor marca Twentieth Century ni regalado. Llegó un momento en que nuestros únicos clientes fueron los que nunca pagaban ni pensaban hacerlo, pero Gerald Starnes, embrutecido y engreído por su propia publicidad, empezó a ir de un lado a otro con aire de superioridad moral, exigiendo que los empresarios nos pasaran pedidos, no porque nuestros motores fueran buenos, sino porque necesitábamos esos pedidos urgentemente.
"Por aquel entonces, una ciudad fue testigo de lo que generaciones de profesores pretendieron no observar. ¿Qué beneficios podría reportar nuestra necesidad a una central eléctrica, por ejemplo, si sus generadores se paraban a causa de un defecto en nuestros motores? ¿Qué beneficio reportaría a un hombre tendido en una camilla de operaciones, si, de pronto, se le cortara la luz? ¿Qué bien haría a los pasajeros de un avión si el motor fallaba en pleno vuelo? Y si adquirían nuestros productos no por su calidad sino por nuestra necesidad, ¿la acción moral del propietario de la central eléctrica, del cirujano y del fabricante del avión sería buena, justa y noble?
"Sin embargo, tal era la ley moral que profesores, directivos y pensadores habían querido establecer. Si esto fue lo que ocurrió en una pequeña ciudad donde todos nos conocíamos, ¿imagina lo que hubiera sido a escala mundial? ¿Imagina lo que hubiera ocurrido si hubiéramos tenido que vivir y trabajar, sujetos a todos los desastres y a todos los inconvenientes del planeta? Trabajar pensando en que si alguien fallaba en cualquier lugar, era uno quien debería pagarlo. Trabajar sin posibilidad alguna de progreso, con la comida, la ropa, el hogar y las distracciones pendientes de una estafa, una crisis de hambre o una peste en cualquier lugar del mundo. Trabajar sin posibilidades de una ración extra, hasta que los camboyanos tuvieran alimento suficiente o hasta que todos los patagónicos hubieran ido a la universidad. Trabajar con un cheque en blanco, en poder de cada criatura nacida, hombres a los que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya laboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a aprender o cuestionar. Tan sólo trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es ésta la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?

"Lo intentamos y aprendimos la lección. Nuestra agonía duró cuatro años, desde la primera reunión hasta la última, y todo terminó del único modo que podía terminar: en la quiebra. Durante la última reunión, Ivy Starnes fue la única que intentó forcejear un poco. Pronunció un corto, desagradable y agresivo discurso en el que dijo que el plan había fracasado porque el resto del país no lo había aceptado, que una sola comunidad no podía llevarlo a la práctica y triunfar en medio de un mundo egoísta y avaro; que el plan era un ideal noble, pero que la naturaleza humana no estaba a su altura. Un joven, el mismo que había sido castigado por habernos dado una idea útil durante el primer año, se puso de pie, mientras todos seguíamos sentados en silencio, y se dirigió a Ivy Starnes, que ocupaba el estrado. No dijo nada, sino que la escupió en la cara. Y ése fue el fin del noble plan de Twentieth Century.

De realidades



   La realidad es muy tozuda, se empeña en no dejarse amoldar a los deseos de la gente. Los hechos son los que son y no hay alternativa válida diferente. No existen situaciones intermedias entre lo que es y lo que desearíamos que fuera. No valen los términos grises intermedios entre el blanco y el negro si no hablamos de colores sino de realidades.
   Cuando uno analiza un asunto, sea el que sea y llega a la conclusión, realmente fundamentada en criterios objetivos de que algo ES de determinada manera no es racional en absoluto aceptar situaciones intermedias. Eso es lo que hoy día se adjetiva como “radical”, pues bien, es necesario ser radical en cuanto a la aplicación diaria del desarrollo racional de cada uno, una situación en la que no existan contradicciones entre lo que pensamos y lo que decimos o hacemos. Es la base de la felicidad.
   En la esencia de nuestros planteamientos está la disyuntiva entre el individualismo y el colectivismo, pero esto arranca de mas atrás…es la disyuntiva entre si queremos vivir utilizando el cerebro como única esencia del ser humano o no. Nuestro derecho mas esencial es el derecho a la vida y como herramienta tenemos el cerebro para determinar qué es lo que debemos hacer para nuestro propio mantenimiento personal, y es ahí en donde la única conclusión válida es que debemos actuar para nosotros mismos, no para los demás, como guía y fundamento de todo lo que somos y podemos ser.
   Es poniendo en marcha el cerebro lo que va a determinar todo lo demás. Y así no es de recibo, porque sencillamente es inmoral, olvidar todo o parte de lo que somos, pensamos, decimos y actuamos en aras de un presunto “bien común” que sólo existe como etérea imagen, como “deseo” sin sustancia real.
   Los arquitectos no estamos trabajando para ningún bien común por tanto, otra cosa diferente es que el resultado del trabajo revierta en un bien que los demás aprovechan y también considerando que el campo de experiencias se fundamenta en el ser humano, nuestro trabajo debe utilizar esos parámetros humanos como regla de medir los trabajos o diseños. Esta circunstancia lleva a muchos colegas a confundir los términos, veamos…
   No estamos trabajando para servir al cliente, no hacemos arquitectura para tener clientes, sino lo contrario, necesitamos clientes para hacer arquitectura…querido colega, si lo piensas sinceramente y sin engañarte, verás que es exactamente así.
   Por eso, no puedo estar de acuerdo con las opiniones de algunos “monstruos sagrados” de esta profesión, arquitectos que representaron y representan aún la salsa de la arquitectura “progre” de los 60 y 70”. Lo siento, no puedo aceptar que al ciudadano hay que imponerle la planificación propuesta por sus cerebros por muy creídos de sí mismos que sean, pues al fin y al cabo, piensan realmente que ellos son los poseedores del “conocimiento” , tampoco estoy de acuerdo con que el objetivo de nuestro trabajo es el bien social, y por tanto la vivienda social volcando entonces el trabajo de la gente en general hacia la consecución de bienes que una vez transformados en dinero sea esquilmado para unas presuntas necesidades de esos otros.

   Todo esto viene a cuento de una serie de entrevistas que he leído en un dominical…no recuerdo cual.

viernes, 13 de marzo de 2015

Etmennanki










“El zigurat era propiamente hablando una montaña cósmica, es decir, una imagen
simbólica del cosmos; los siete pisos representaban los siete cielos planetarios o los siete colores del mundo .” (Mircea Eliade)"

El edificio Zigurat es un edificio en sección. La esencia interna es la organización en tres niveles principales que desarrollan tres tipologías de vivienda en altura.
El profundo desnivel entre las calles opuestas, la necesidad de plantear una fachada “en corridor” en el nivel superior y una adaptación a la altura de la calle posterior sugiere desde el principio una idea de organización escalonada.
Cuando me plantearon la realización del proyecto del inmueble, la idea de un edificio escalonado flotaba en el aire; pero en ese momento comprendí la complejidad de la organización del edificio en ciernes.
Se trataba entonces de lograr un esquema muy simple que solucionara esa complejidad presunta. De ese modo adopté la idea de conseguir un mínimo de viviendas diferentes y la solución para este caso se concretó en la organización en tres niveles con los tres tipos de viviendas, mayores en el nivel inferior, intermedias en el mediano y duplex en el nivel superior. Esta simple idea determina una sección característica y ya todo se vuelca a la manifestación de la sencillez de la idea.
Al mismo tiempo, supongo que todos tenemos nuestras obsesiones, mi interés en esos momentos se centraba en la cuestión de la durabilidad en los edificios. No es tan solo ya un buen volumen, o una idea mas o menos brillante, lo que se trataba entonces era de que esa idea perdurara, que el edificio envejeciese con honestidad. De ahí el interés por la elección de materiales durables. La piedra que la naturaleza ponía a nuestra disposición, moldeada por un cerebro en creación, materiales moldeables gracias a la aplicación de la inteligencia….esta imagen , esta realidad evidente y esencial me entregó a la idea de un aplacado en piedra natural casi en la totalidad del edificio. Me reservé pequeños motivos para insinuar cambios en la ordenación o elementos fuera de la trama organizativa.
Intenté buscar la sencillez en cada elemento, pero sencillez no es simplicidad, sino una complejísima trama que aglutinase esa complejidad en una expresión final de pulida limpieza de líneas y volúmenes. De ese modo, puede uno pasar por delante del edificio y sus líneas llaman al sosiego, a la paz, pero si uno empieza a considerar el tramado de los elementos entre sí, la mente se activa…empiezas a analizar las referencias mutuas…la complejidad del diseño…el segundo nivel de transmisión, la verdadera transmisión de la información…de arte entendido como expresión personalísima del autor. Yo entiendo la Estética (expresión denostada en nuestra educación en la Escuela en una época de brutal desmitificación en aras del colectivismo) como una resonancia de mentes entre el creador y el observador….claramente, entre cerebros individuales ya que no existe nada parecido a un cerebro colectivo.
Nunca me ha importado para nada la fama, ser famoso hoy día es en cierto sentido estar devaluado como persona. Yo no pienso en los demás cuando hago mi trabajo y sólo intento que el objeto arquitectónico sea el mejor que mi mente pueda realizar por la Arquitectura en sí misma. Y por eso afirmo que ni todos los músculos del mundo unidos (sin una mente detrás) serían capaces de darle forma a una piedra para ser utilizada en construcción. Sin embargo, es común la idea de que los edificios surgen solos, que están ahí como resultado de las necesidades colectivas transformadas, no se sabe muy bien por qué, en fuente de derechos. Pues bien, aunque prefiero pasar desapercibido para trabajar mejor, dejando impoluta mi propia libertad, quiero dejar claro que cada piedra, cada esquina y cada elemento de ese edificio está ahí porque yo quise que lo estuviera….es apenas esto lo que me importa…por lo demás…déjenme seguir siendo libre…desapercibido.