jueves, 19 de marzo de 2015

Un Plan en libertad



En realidad reconozco que me es muy dificil trabajar con otros arquitectos, porque la idea primigenia de cualquier desarrollo humano y la Arquitectura es uno de ellos, siempre parte de un único cerebro y es muy difícil encontrar otra persona con similares inquietudes o ideas. En general, cuando por circunstancias he tenido que hacerlo, unas veces acepto la idea primera de mi compañero y todo lo más intento ayudar reforzándola, entendiéndola y procurando desarrollarla y otras veces sólo pido a mi compañero que sobre mi idea haga lo mismo, en resumidas cuentas, entiendo que uno es el elemento motor y los demás pueden ser colaboradores en desarrollo de esa idea. Lo contrario siempre, bajo cualquier circunstancia deviene en desastre.
El Plan Parcial de Macondo en Cáceres puede ser un paradigma casi de lo contrario que acabo de exponer. El trabajo se nos encargó a mi buen amigo y extraordinario profesional Miguel Madera y a mi y desde el principio entendí que aquello podía suponer una enorme dificultad. Sin embargo, fuimos capaces de desarrollar a costa de tardes enteras de mera charla fundamentada en análisis filosóficos sobre el asunto que nos habían encargado, de llegar a acuerdos sobre los que ambos nos posicionamos poco a poco. Unas veces uno podía llegar a entender el punto de vista del otro y los aceptaba y otras se trataba de defender una línea roja infranqueable.
Comprendimos que el diseño urbano debería ser lo más libre posible, estableciendo las condiciones mínimas para hacer factible el desarrollo, las comunicaciones, el disfrute de las zonas libres, los paseos peatonales y con respecto a los futuribles edificios a desarrollar, establecer las mínimas condiciones como para hacer factible el conjunto urbano, bajo normas superiores infranqueables, pero buscando todos los grados de libertad posible que nos permitían esas brutales normas urbanísticas que había que cumplir.
El resultado es el Polígono de Macondo en Cáceres en el que en medio de grandes parcelas y con un par de condiciones apenas, alturas y edificabilidad, los futuros compañeros que proyectasen los edificios podían desarrollar la arquitectura que quisieran, pudieran o su cerebro fuera capaz de generar.
Tiempo después, y a modo de anécdotas sobre el desarrollo del polígono hube de diseñar uno de los primeros bloques, presentamos en el Ayuntamiento el Proyecto y tras tres meses sin comunicación alguna por parte de los técnicos municipales, me puse en contacto con ellos. Me indicaba el técnico que como no encontraba en el Plan parámetros habituales en otros planes, como el fondo edificable máximo, las alineaciones obligatorias y demás estupideces habituales, que no sabía qué contestar. Mi respuesta fue: “- a lo mejor es que si no están esas definiciones en el Plan es que no existen en este ámbito”, o de otra forma, que lo que la norma no impone es que no existe como mandato, es decir que es libre totalmente uno de disponer la edificación desntro de aquellas parcelas. Con un corto escrito por mi parte se obtuvo licencia de obras, si no es por esta charla, aún el técnico andaría perdido entre sus neuronas colectivizadoras y reguladoras de lo no regulado.
El nombre del polígono es idea de Miguel y está basado en el de la mítica ciudad de la novela Cien años de soledad de García Marquez. También a modo de anécdota, un buen día se me presenta en mi despacho un agente de la propiedad inmobiliaria para indicarme que la propiedad la había encargado la venta de uno de los bloques que diseñé allí y me dijo:

-          Cuando ví el nombre del polígono, pensé que tenía que hacer lo indecible para vender yo este edificio, mi agencia se llama Inmobiliaria García Márquez…

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